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miércoles, 26 de febrero de 2014

16. FOTOS


Hace un rato he encontrado un pen drive en mi bolso, como no sabía exactamente lo que contenía me he puesto a revisarlo.

Básicamente contiene fotos.

En una carpeta titulada “Piscina” hay fotos que hice un día –del segundo verano en el nuevo piso- en la piscina comunitaria de mi edificio. En ellas aparecen; El Contrario, La del Quinto y Los Vecinos. Disfrutando de un baño dominical. Debí de hacerlas –con toda probabilidad- mientras yo esperaba a que mi pequeño despertara de la siesta, para poder darnos un chapuzón nosotros también.

Son unas fotos divertidas, la verdad, captan una lucha a caballito entre varias parejas. Por supuesto, en ellas se puede ver a El Contrario llevando a cuestas a La del Quinto, no podía ser de otro modo. Ya que yo estaba fuera del agua y La del Quinto dentro, hubiera sido un desperdicio no aprovechar al caballo solitario.

En otra carpeta titulada “Eurocopa 2008 hay fotos -también en la piscina-, de la noche en que la Selección Española de Fútbol ganó la final de la Eurocopa de ese año.
Todos los vecinos saltaban al agua para celebrar la victoria. De nuevo, mi hijo estaba acostado, y yo disfrutaba de la celebración desde el burladero, por lo que decidí –una vez más- inmortalizar ese momento de euforia.

Pues…en esa carpeta, y entre esas fotos, hay una muy curiosa, en la que capté -otra vez, si- a La del Quinto y a El Contrario dentro del agua, echándose mutuamente un brazo por los hombros. El brazo que les queda libre lo tienen levantado mientras con la mano sacan cuernos al estilo rockero o mano cornuta.
Reíros, reíros, ya no me importa, yo misma no he podido evitarlo. Tanto es así, que no me he resistido a enviársela a La Amiguísima por email. Le he dado permiso absoluto para desternillarse, claro está. Si no qué sentido tendría haberle mandado la foto.

Esas imágenes están inmortalizadas en fotos, pero como consecuencia de visualizarlas ahora, en retrospectiva, también me vienen a la mente otras imágenes, que si bien no fueron captadas por la cámara, si las retuvieron mis ojos.

Dicen que una imagen vale más que mil palabras, sólo les faltó hacerme dibujitos de la situación para que me diera por enterada.

No importa, en estos años he ido recogiendo mi dignidad a trocitos y ya casi la he recuperado toda.

lunes, 24 de febrero de 2014

15. PREGUNTAN POR TI.

Ha llegado el momento de atar cabos. No puedo seguir con lo de ofrecer servicio de limpieza y pago de suministros a El Contrario -de modo altruista- eternamente.
Que no pague su parte de la hipoteca ya es el colmo.

Así que cuando hoy me ha dicho que lo van a ascender -a costa de aceptar un traslado a unos cuantos miles de kilómetros-, he visto el cielo abierto.

Le he comentado que tenemos que arreglar legalmente la situación, sobre todo por el tema del niño.

Me ha mirado como si estuviera loca, diciéndome que dejemos las cosas como están, que no hace falta ningún papel.
¡Me río de Janeiro!

A pesar de que El Contrario lo pueda pensar, sé que no estoy loca, así que he buscado asesoramiento profesional.

En colaboración con La Experta, hemos redactado un borrador respecto a la custodia del niño, los bienes y las deudas en común.

Ingenua de mí, al llegar a casa se lo he dado a El Contrario diciéndole que lo leyera y lo estudiara. Que se asesorara con un profesional, que aunque él crea que sabe del tema, no sabe de la misa la media. Que pusiera y que quitara lo que creyera oportuno y que a ver si conseguíamos llegar a un acuerdo.

Me ha vuelto a mirar, esta vez con ojos de lobo en piel de cordero.

Hoy me ha presentado su propuesta de acuerdo…Custodia compartida. ¡Alma de cántaro! Ni Salomón hubiera tenido tan genial idea. Si tuviéramos gemelos igual podríamos decir aquello de “Tú a Boston y yo a California"…Es coña, claro.

Si se va a miles de kilómetros, no me explico cómo piensa hacerlo. Porque no ha mencionado nada de que tenga un jet privado a su disposición cada quince días.

Desvarío, porque se me ha venido a la mente el helicóptero Charly Tango de Christian Grey.

Tras un margen de unos quince días y sin ver una alternativa coherente -a parte de la custodia compartida quiere que pague la mitad del préstamo del coche que él y La del Quinto conducen-, es el momento de coger al toro por los cuernos. Y no me refiero a los míos, porque entre otras cosas sigo perteneciendo al género femenino.

Así que le tocará a un juez decidir por nosotros lo que es de recibo y lo que no.

Esta mañana -mientras iba de camino al juzgado a firmar el poder al procurador y a La Experta para que puedan actuar en mi nombre-, he estado recibiendo varios  sms  de El Contrario preguntándome cosas como; ¿dónde está el detergente? Ya que quería poner una lavadora y por lo visto en el lavadero sólo ha encontrado una botella Luzil.

Dadme un respiro. Yo tampoco lo entiendo.

Poco después de que yo haya llegado a casa -de vuelta del juzgado-, están llamado al timbre, vienen a entregarle la notificación de la demanda. ¡Qué me trague la tierra!
Aprovechando que los agentes judiciales están subiendo por el ascensor, le digo a El Contrario que preguntan por él. 
Mientras, yo me voy con el peque a jugar a su habitación.

Cinco minutos después tengo un sms en el móvil, en el que dice que -según su abogado- a  partir de ahora ya no puedo conducir el otro coche, porque está a su nombre y por tanto es suyo. Me insta a que le dé las llaves.

Ni que decir tiene, que le he hecho caso el justo, lo que viene siendo ninguno.

Pero me temo que se avecina tempestad. Y compartir el mismo techo que El Contrario es -cuanto menos- motivo de preocupación para mí.


lunes, 17 de febrero de 2014

14. LA MEDUSA


Esta es una historia muy recurrente en mis reuniones con amigos. Suelo ser bastante teatrera en mis narraciones, así que después de haberla contado más de cincuenta veces ya se dónde poner más énfasis para hacerla más interesante.

Cuando El Contrario y yo decidimos concebir a mi pequeño, a mi se me ocurrió que la playa era el lugar adecuado. Y a pesar de que -como ya creo haber explicado-, la playa no era el medio donde mejor se desenvolvía El Contrario, puedo ser muy persuasiva cuando me lo propongo.

Una vez más, yo me encargué de la logística. Así que una mañana de agosto, bien temprano, nos fuimos a la playa elegida, bello entorno en un parque natural protegido.

Lo del madrugón fue por no encontrarnos con nadie, dada la misión tan importante a realizar.

Más bonito hubiera quedado por la noche, a la luz de la luna, al estilo de Najwa Nimri y Tristán Ulloa en Lucía y el sexo. Pero en esos días no había luna llena, ni yo era valenciana, ni El Contrario se llamaba Lorenzo.

A las siete de la mañana llegamos a la playa y sin mediar palabra -no hacía falta-, nos adentramos en el mar.

Dentro del agua nos despojamos de los trajes de baño que sujetamos a nuestras muñecas -no era plan de tener que taparse "eso" ni "aquello" fuera del agua- y nos pusimos manos a la obra.

Ahora es cuando hay que describir bien la postura de los implicados en esta historia. 

El Contrario de pie, con el agua al cuello, nunca mejor dicho. Yo asida a él rodeando sus caderas con mis muslos y sus hombros con mis brazos. 

Momento culminante, el origen de la vida apunto de acontecer, con la inmensidad de esa playa paradisíaca y solitaria ante nuestros ojos.

Bueno... el primer bañista acababa de asentarse cerca de nuestras pertenencias en la orilla.

Pero nada nos podía distraer en ese momento de absoluta entrega. Nada, hasta que yo sentí en mi muslo derecho el dolor más horrible e intenso que jamás había experimentado hasta ese instante.

Fue un acto reflejo, sacudí la pierna al tiempo que separaba mi cuerpo del de El Contrario, casi en el mismo instante escuché a éste gritar, aparentemente de dolor.

¡Qué aprensivo! Pensé. Acababa de picarme una medusa y no se le ocurre otra cosa que quejarse él.

La cuestión es que salimos despavoridos hacia la orilla, aterrorizados, como si estuviéramos sumidos en Veinte mil leguas de viaje submarino de Julio Verne. Con los trajes de baño enrollados en las manos, sin taparnos "eso", ni "aquello"...ni "lo otro". El bañista de la orilla contemplaba la escena con asombro y una sonrisa en la cara.

Una vez en tierra firme  El Contrario se tocaba el pene mientras luchaba por ponerse el bañador y taparse "lo otro".

- Me ha picado algo.- Él.
- No seas quejica, que me ha picado a mí en el muslo, ¿no lo ves?- Yo.
- ¡Me duele, me arde!- Él
- Échate agua fresca de la que hay en la nevera.- Yo.

Así que nos echamos agua mineral bien fría y nos restregamos las picaduras para aliviarnos.

He de aclarar dos cosas.

La primera es que a pesar de que mi picadura era más grande en extensión, la picadura de  El Contrario era más delicada en localización. Tengamos en cuenta que al sacudir mi pierna le lancé la medusa hacia su miembro erecto, desprotegido de prepucio, justo en ese momento.

La segunda cosa a tener en cuenta, por si no lo sabéis -como fue nuestro caso entonces-, si os pica una medusa, nunca, nunca restreguéis la zona y sobre todo no os lavéis con agua dulce -ni agua mineral- sino con agua del mar. Ya que el agua dulce multiplica los efectos urticantes de la picadura.
Ni que decir tiene que el bañista solitario, debió considerar lo mucho que le había merecido la pena madrugar esa mañana para ir a la playa. Espectáculo cómico gratuito.

Lo malo de los parques naturales, es que carecen de todo tipo de infraestructura, por lo que el primer puesto de socorro estaba a un par de kilómetros. Cuando llegamos aun no había nadie, dado lo temprano que era.

Tuvimos que buscar el pueblo más cercano y una vez allí, el centro de salud correspondiente.

Las caras de los pacientes que esperaban a ser atendidos, en su mayoría ancianos, eran de curiosidad, al ver a dos jóvenes -aparentemente sanos- con el baile de San Vito en el cuerpo. Mi picadura era visible, pues llevaba pantalón corto, pero la de  El Contrario no, aunque los saltos que daba y los movimientos extraños creo que lo delataban ante todos.

Doctora. Era una doctora quien atendió a  El Contrario, que no paraba de dar todo tipo de explicaciones, menos la auténtica. Creo que la mujer no se tragó lo de estar haciendo nudismo, me da a mí. Por lo que sé, el glande no se queda expuesto simplemente por quitarse el bañador, a no ser que el propietario del mismo esté circuncidado. Y no era el caso.

Ese verano la ONCE emitía por radio y televisión un anuncio en el que unas mujeres cantaban “Me pica la pierna, me pica el ombligo, me pica la cabeza, me pica el oído, me pican los labios, me pica el corazón, me pica la medusa, medusa del amor”.

lunes, 10 de febrero de 2014

13. LOS COCHES

Cuando conocí a El Contrario, él tenía un coche. Yo no tenía ni carné de conducir.
Al poco de empezar nuestra convivencia El Contrario tuvo un accidente cuando regresaba del trabajo a casa.
No hay nada más emocionante que adelantar a cuatro o cinco coches -circulando por casco urbano- para situarse el primero de una fila de vehículos que esperan a que el semáforo cambie a color verde. 
O sí, porque la emoción es mayor si -en plena aceleración- uno de los coches se sale de la fila para tomar la calle de la izquierda.
Por suerte, sólo se hizo un esguince cervical, peor parado resultó su coche, que quedó siniestro total.
Una vez rehabilitado El Contrario, nos compramos un coche nuevo, que pusimos a su nombre, pues era él quien lo iba a conducir.
Pasados unos años, cuando vendimos el primer piso y pletóricos por la ganancia obtenida -ya se reiría Hacienda de nosotros años después- terminamos de pagar el coche y decidimos que yo me sacaría el carné de conducir.
Antes de examinarme para obtener el permiso El Contrario ya estaba trayendo a casa catálogos de BMW.
-No necesitamos un BMW serie 1 si estamos intentando tener otro hijo- decía yo.
-Es un coche muy amplio.- Decía El Contrario.
-No podemos permitirnos un coche tan caro.- Yo.
-No es tan caro.- Él.
Como no pasé por el aro del BMW, compramos otro que costaba lo mismo -o más que el BMW-, pues tenía; asientos de piel calefactables, cámara de visión trasera, GPS incorporado con pantalla táctil y mil extras más.
Lo pusimos a su nombre, porque lo iba a conducir él. Y yo -con el carné recién sacado-, conduciría el otro que ya tenía unos años.
Eso si, el préstamo -y lo que pagamos al contado- a nombre y cargo de los dos.
Como no era un BMW, no habiendo pasado ni un año de la compra del coche de los mil extras, El Contrario me dijo que le habían ofrecido cambiar el coche que él conducía por otro nuevo a estrenar, que además de tener los mismos extras, también era; automático, híbrido, más grande y contaba con un sistema que permitía que el vehículo aparcara solo.
-¿Y te lo cambian por el otro, sin tener que poner más dinero?- Le pregunté yo, algo escéptica.
-Si. Pelo a pelo.- Me aseguró El Contrario.
-¿Seguro?- Volví a preguntarle yo.
-Seguro. Pelo a pelo.- Me volvió a asegurar él.
Y como siempre había tenido confianza ciega en él -ja-, di el visto bueno y se hizo el cambio.
El día en que El Contrario me dio puerta definitivamente, llegamos a un acuerdo -verbal-, respecto a los coches.
Yo me quedaba con el coche viejo, que entonces ya tenía ocho años, ciento treinta mil kilómetros y estaba pagado. Comprometiéndome, eso sí, a sufragar a partir de ese momento todos los gastos inherentes al mismo (seguro, impuesto de circulación, gastos de pasar la ITV, mantenimiento y reparaciones que pronto le harían falta).
El Contrario se quedaba con el coche nuevo, del cual -entre dinero en efectivo y cuotas vencidas del préstamo- se había pagado casi lo mismo que del coche que me quedaba yo. La diferencia se compensaba con que mi coche; era mucho más viejo, tenía un montón de kilómetros, pagaba impuesto de circulación, ITV periódica, consumía más combustible, necesitaba más mantenimiento y -en breve- cambio de ruedas. Él se comprometía a seguir pagando solito -a partir de ese momento- las cuotas que restaban del préstamo, su seguro y resto de gastos propios del uso de ese coche.
Ahora sé que estas cosas se ponen por escrito, que se ha de transferir sin demora la titularidad del vehículo y que las palabras se las lleva el viento.
Sobre todo las palabras de quien no tiene palabra...

lunes, 3 de febrero de 2014

12. LOS VERANOS. Segunda Parte



Recuerdo mi infancia y pienso en los domingos, yendo en bandada –padres, hermanos, tíos, primos, abuelos y amigos- a la montaña, a El Terreno de mis tíos, o simplemente a La Cruz Montigalá en El Día de la Tortilla o para Enterrar la Sardina.


Me viene el olor a moras recién cogidas y casi noto el escozor en los dedos, sangrantes por los pinchos de las zarzas.


Más tarde –en otra tierra–, de adolescente, recuerdo hacer el gamberro escalando áridos cabezos. Ir en bicicleta a coger albaricoques, mandarinas o ciruelas. Buscar lechos inmensos de tréboles para desparramarnos sobre ellos, ranas en las acequias, lombrices en el barro. Llegar a casa con picaduras de avispa, astillas incrustadas en la piel, urticarias causadas por las ortigas. Y aquellos baños en los embalses, ramblas o presas.


Por todo ello y a pesar de que la experiencia con El Contrario en la playa no fue muy edificante, lo intentamos con la montaña.


Pensé que irnos de camping sería una buena idea, así que para el primer cumpleaños de El Contrario – estando conmigo- le regalé una tienda de campaña.


Llegó el momento.


Preparo los bártulos, allí vamos.


Primera prueba, plantar la tienda. Esto es mucho más complicado que lo de la sombrilla, empiezo a darme cuenta de que quizá no ha sido una buena idea lo de la acampada, pero ya estamos aquí, no pasa nada.


Tenemos un buen enfado por culpa de  los clavos y los vientos que no quedan milimétricamente anclados. No se nos ocurrió llevarnos la caja de herramientas y mira que suelo estar en todo.


Metemos dentro de la tienda el colchón, las sábanas, las almohadas, los pijamas, la linterna, el repelente de insectos, etc.


A parte de todo lo anterior – y por aquello de la acampada – cada uno de nosotros hemos traído un saco de dormir.


Primera noche. Todo en orden. El colchón con su exacta medida de aire, las sábanas bien ajustadas sobre el colchón, las almohadas con sus fundas y bien ahuecadas, los pijamas puestos, la linterna encendida, el repelente de insectos correctamente untado…nos disponemos a extender sobre nosotros los sacos de dormir. Cuando El Contrario saca el suyo y lo extiende -con un un perfecto movimiento de muñecas- no ha recordado que su saco había sido utilizado previamente –no por él- para dormir en la playa.


Afortunadamente, llevamos una escoba y un recogedor de viaje, que por supuesto ya habíamos metido en la tienda de campaña.


La noche se hace amena sacudiendo la arena; del colchón, de las sábanas y de los pijamas.


Nuestros compañeros de acampada –que, por suerte para ellos, duermen en la tienda de al lado- no dan crédito a lo que está sucediendo. Lo deduzco por las risas y comentarios que me llegan.


Cada vez que entramos o salimos de la tienda hay que barrer el suelo y asegurarse de que todas las cremalleras queden bien cerradas, no vaya a ser que se cuele alguna tarántula o escorpión.


El Contrario no se baña en los ríos porque hay bichos y truchas. El agua cristalina y fresca de los manantiales de la sierra -identificados con letreros en los que especifica agua potable- se le antoja cianuro. Y es capaz de completar una ruta de seis horas, en pleno mes de julio, sin beber una vez que se le acaba el agua de su botella. Yo sufro porque tiene espumarajos blancos en la comisura de los labios.


El Contrario deja a todo el camping sin agua caliente cada vez que se da una de sus prolongadas duchas, que requieren de; champú -dos pasadas-, acondicionador capilar, gel -dos pasadas- y - si apuro- aceite hidratante.


También de pequeña me encantaba ir a la montaña.


A partir del segundo verano juntos, sólo íbamos a la playa si había una casa cerca en la que poder ducharse y comer. Y sólo íbamos a la montaña si había un hotel - mínimo de cuatro estrellas- en los alrededores.


Es decir, dejamos de ir a la playa y a la montaña.