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lunes, 27 de octubre de 2014

50. LA VERGÜENZA.


Han pasado seis meses desde el último juicio y por fin ha salido la sentencia. Me han absuelto.
Eso es importante, pero la absolución se puede dar por falta de pruebas o porque la acusación no haya argumentado con acierto.
Así que lo que más me satisface es que el juez no sólo me absuelve sino que para ello reconoce que la razón está de mi lado, y que en cualquier caso la vía penal no es la acertada para resolver este tipo de cuestiones.
No obstante, tengo la seguridad de que  El Contrario recurrirá la sentencia.
En los últimos años su capacidad para rebotar contra la pared se ha acentuado.
A ver si hoy que estoy más optimista hago que la historia de Amanda también lo sea. Que lo consiga o no, eso es todo un misterio, incluso para mi.

[…] Al contrario de lo que Amanda imaginaba, su vecino siguió con la lectura del periódico, no sin antes lanzarle una sonrisa de medio lado, que ella no supo interpretar.
Amanda guardó su cámara de fotos en la funda, se la colgó de uno de los hombros en bandolera y regresó a casa dando un paseo, esperando que se le pasara el segundo sofoco del día.
Mientras caminaba pensaba en su vecino, no podía evitarlo tras tantos encuentros extraños con él en tan poco tiempo.
Realmente era un hombre atractivo, no había en su fisonomía nada que destacase en especial, pero tenía algo que lo hacía llamativo. Su mirada tal vez.
Por otro lado, esa misma mirada le causaba a Amanda escalofríos, hasta el punto de que se le ponía la piel de gallina.
Puede que ello se debiera a las extravagantes circunstancias que habían provocado sus encuentros.
Antes de llegar a casa se detuvo en un supermercado que encontró al paso, no se había acordado de que tenía la nevera prácticamente vacía hasta ese momento.
No le apetecía mucho cocinar, así que decidió comprar lo  necesario para hacerse una ensalada tipo “un poco de todo”.
Se entretuvo algo más de lo necesario, ya que no conocía el supermercado y le costó encontrar los artículos que buscaba.
Llegó hasta la caja que había abierta, una de cuatro. Un poco escaso para ser sábado al medio día.
Amanda se exasperó un poco, estaba cansada y tenía ganas de llegar a casa lo antes posible. Habían delante de ella varias personas y la cajera no derrochaba desparpajo.
Cuando por fin le tocó su turno, colocó su compra en la cinta.
La cajera fue pasando los productos con mucha parsimonia, lo que facilitó que Amanda los pudiera ir colocando meticulosamente en la bolsa.
-Son quince euros con veinte,  señora.
Amanda buscó su monedero en la funda de la cámara de fotos que le hacía las veces de bolso. De pronto cayó en la cuenta de que no había echado el monedero al salir de casa y quiso que la tierra se la tragara. Siguió rebuscando en la funda desesperadamente por si eso no era cierto.
Era la tercera vez en el día en que sus mofletes se ponían de color escarlata.
-Lo siento mucho, creía que llevaba el monedero, he debido olvidarlo en casa.– Dijo Amanda, muerta de vergüenza.
-Señora, pues tendrá que dejar la compra.
-No se preocupe, yo me encargo.–Se escuchó decir a una voz masculina situada detrás de Amanda.
Su vecino otra vez, increíble pero cierto.
-¡Oh no! Dejaré mi compra y volveré en un rato.
-No sea usted así, le puede pasar a cualquiera. Insisto, cóbreselo de aquí.–El hombre se dirigió una vez más a la cajera con un billete de veinte euros en la mano.
-No puedo aceptarlo, en serio. Déjelo.
-Señora, o lo paga el señor o me devuelve la compra, pero no podemos estar así hasta mañana. Decídase.–Casi le espetó la cajera.
Rindiéndose, Amanda finalmente aceptó que su vecino le pagara la compra, dejándole claro que en cuanto llegaran a su edificio le devolvería el dinero.
Se vio en la obligación de esperarlo y terminar el camino de vuelta a casa junto a él.
-Ernesto. Me llamo Ernesto.
-Disculpe, yo soy Amanda. No sé como me ha pasado algo así, siempre compruebo antes de salir de casa que he cogido las llaves, el móvil y el monedero.–Necesitó explicarse ella.
-Supongo que su huída de la terraza esta mañana tras condimentarme el chocolate la despistó.
Ahora si que se había puesto de todos los colores, el rojo no era suficiente.
-Fue sin querer, me asomé y…
-No se preocupe, son cosas que pasan.
Ambos se miraron y se echaron a reír […]

No me disgusta el rumbo que está tomando la historia, aunque caigo en la cuenta de que me he olvidado de Serafín. Tengo que tenerlo en cuenta.

lunes, 20 de octubre de 2014

49. EL CHOCOLATE

Aprovechando la serenidad de estos días, mi hijo y yo estamos compartiendo unos momentos extraordinarios de complicidad.
Hay momentos en los que me resulta complicado responder a todas las preguntas que me plantea, respecto a la vida en general y respecto a nuestras vidas en particular.
Me sorprendo de lo rápido que está madurando mentalmente, aunque a veces también me preocupa el mundo interior que guarda y que no exterioriza tanto como a mí me gustaría.
Tiende a reclamar mi atención en extremo.
Supongo que cuando se decide ser madre –o padre- creemos que seremos capaces de proteger a nuestros hijos de cualquier dolor físico o emocional.
A medida que van creciendo te das cuenta de que hay que tener un buen botiquín siempre a punto, para untarles pomada en los chichones y ponerles Tiritas en el corazón.
Hace unos minutos que se ha acostado, no sin antes haberle cantado –como cada noche- una canción.
El silencio vuelve a invadir esta casa, un silencio que asorda.
Será mejor que escriba un poco, a ver si así me atrapa el sueño.

[…] Amanda se adaptó enseguida a su nuevo apartamento.
Abandonar el que había compartido durante años con Serafín estaba siendo como una especie de catarsis para ella.
Se alegró de haber elegido ese apartamento y no otro. Le gustaba desayunar en la terraza, envuelta en una manta, sujetando con ambas manos su taza de café con leche muy caliente, mientras contemplaba la ciudad.
Ya empezaba a mejorar el tiempo, la primavera se estaba abriendo camino.
A pesar de que era sábado, Amanda había decidido levantarse temprano esa mañana, quería salir a hacer fotografías. Caminar y disparar sin saber a qué de antemano.
Estaba disfrutando de su "momento-terraza-matutino" cuando un ruido  captó su atención. Provenía de abajo.
Se asomó por el murete de la terraza.
De la ventana del piso situado justamente debajo del suyo, asomaban unas manos masculinas que sujetaban lo que parecía una taza de chocolate caliente.
Si, era chocolate, le llegaba el aroma.
Amanda se puso de puntillas y se inclinó un poco más para ver mejor.
El movimiento y la fricción de su cuerpo contra el murete, provocó que se desprendiera un trocito de ladrillo, que fue a caer justo en la taza que asomaba por la ventana de abajo.
Amanda se quedó paralizada por un segundo, exactamente el mismo que tardó el propietario de la taza y las manos, en asomar su cabeza y mirar hacia arriba.
Era el mismo vecino que había llamado a su puerta unos días atrás para quejarse del ruido que ella y Elvira estaban haciendo al arrastrar los muebles durante su mudanza.
Como un acto reflejo Amanda se echó hacia atrás, aunque no con la suficiente rapidez como para no ser vista por su vecino.
Las mejillas de Amanda elevaron su temperatura un mínimo de tres grados y ascendieron varios tonos en la gama del rojo.
¡Menudo comienzo en la comunidad de vecinos! Pensó Amanda.
Cuando se le pasó el sobresalto, se duchó, se puso unos vaqueros, una sudadera y unas zapatillas de deporte. Se recogió el pelo en una coleta, cogió su cámara de fotos y salió rumbo a la calle. No sin antes cruzar los dedos para no tropezarse en la escalera con su vecino, el del chocolate.
La mañana se le fue sin apenas darse cuenta, su nuevo barrio era pintoresco.
El objetivo de su cámara captó bastante detalles que llamaron su atención.
Un par de disparos más y vuelvo a casa. Pensó Amanda.
Se detuvo en un parque cercano. Un par de ardillas subían y bajaban de los árboles buscando algún resto de comida en los alrededores de las papeleras.
Amanda las seguía a través de su objetivo, divertida por sus rápidos movimientos.
Entonces el objetivo de su cámara se detuvo en un hombre que leía el periódico en uno de los bancos del parque.
El hombre bajó el periódico en ese momento, como intuyendo el estar siendo observado.
¡No podía ser, era su vecino! […]

Me he estancado con el vecino de Amanda, dado mi estado de ánimo no sé si convertirlo en su futuro amante, en un psicópata o en ambas cosas.
Mejor dejo la escritura para otro momento o me pasaré a la novela negra, cosa que no deseo, teniendo en cuenta que mis intenciones iniciales eran las de la novela ñoña.

lunes, 13 de octubre de 2014

48. NADIE.


Después de este segundo juicio –y a la espera de la sentencia-, vuelvo a disfrutar una vez más, de unos días de calma.
Siempre desde la incertidumbre de cómo se atarán todos los cabos sueltos de mi vida; deudas impagadas, un posible desahucio, amores inciertos…
Mi tabla de salvación es la obligación y mis ganas de proporcionarle a mi hijo la seguridad de que todo irá bien, en la medida en que ello dependa de mí.
Mi historia con El Vancuverita, ha sido una aventura emocionante. Después de despedirnos el otro día, hemos hablado por Skype. Lo nuestro no puede ser, fue bonito mientras duró.
Hay cierto desconsuelo en mi corazoncito, pero pasará.
Aprovecho para recapitular sobre mi novela y me doy cuenta de que dejé a la protagonista un poco malparada la última vez que escribí algo.

[…] Amanda necesitó casi una semana para reponerse del susto que le dio Mimoun.
Estaba bastante oxidada en cuanto al tema de las distancias cortas entre hombre y mujer, debió de haberlo visto venir.
En cualquier caso, Elvira se rió bastante con la historia cuando su amiga se la contó un par de días después.
-Vas a necesitar unos cuantos consejos, no puedes ir de dulce corderita por la vida, hay mucho lobo al acecho y tienes que aprender a identificarlos.-Le aconsejó Elvira.-Ahora vuelves a estar en circulación, más vale que espabiles.
-Pero si yo no quiero absolutamente nada con ningún hombre, por lo menos de aquí a mil años. –Lloriqueó Amanda.
-No tienes ni idea, amiga. El día que menos te lo esperes, donde menos te imaginas, se cruzará en tu camino un hombre por el que babearás, y entonces tendrás que saber lo qué haces.
Las dos amigas terminaron de colocar los muebles que Amanda había aprovechado de su antiguo apartamento.
Agotadas, se dieron un respiro tomándose un Martini en la acogedora terraza. El silencio se apoderó del ambiente, entonces se escuchó el timbre de la puerta.
Ambas se miraron con cara de incertidumbre, Amanda se levantó con desgana para ver quién era.
Cuando abrió la puerta, se encontró con un hombre algo mayor que ella, de ojos claros y rostro amable.
-¡Hola! Siento molestar, soy el vecino de abajo.
-¡Hola! –Contestó Amanda sin fuerzas para alargar la frase.
-Me preguntaba si le queda mucho para dejar de arrastrar muebles, son las once de la noche y mañana madrugo.
Amanda se sonrojó, habían perdido la noción del tiempo.
-Esto… si, lo siento, no me había dado cuenta de la hora que es. Ya hemos terminado.
-Buenas noches, entonces.
El hombre se dio la vuelta y se fue.
Amanda se quedó unos segundos de pie con la puerta abierta.
Elvira sobresaltó a Amanda cuando apareció a su espalda.
-¿Quién era?
-Nadie.
-Bueno chica, yo me voy. La próxima vez que te mudes no cuentes conmigo.- Le dijo a Amanda dándole un beso en la mejilla, antes de salir por la puerta todavía abierta. […]

Tengo que reconocer que después de estos días pasados,  con subidas y bajadas de adrenalina, estoy un poco alicaída.
Voy a coger el libro que me estoy leyendo y a acostarme. Espero que la lectura de Juego de Tronos me ayude a conciliar el sueño.

martes, 7 de octubre de 2014

47. ¿LO CONOCE, SEÑORÍA?

Otro juicio, otro juzgado.
Mientras espero junto a La Experta nuestro turno, pienso si alguna vez acabará esta comedia desprovista de gracia.
Si algún día El Contrario será tan feliz con su nueva vida como para olvidarse de mi existencia.
De nada sirve caer en la desesperación, esto es lo que hay y con esto hay que seguir.
La Experta me nota nerviosa y -para que compruebe por mi misma que no será para tanto-, pasamos a la sala como público de los juicios que preceden al mío.
El primero es por una disputa entre vecinos, poca cosa. En el segundo, dos policías entran a la sala escoltando a la acusada que va esposada. La sientan en el banquillo, y cada una de las policías a cada uno de sus lados.
Se trata de una mujer drogadicta que se llevó prestados unos cuantos objetos de una ambulancia, aprovechando un descuido de los sanitarios que la atendían.
Es mi turno. Ocupo el mismo banquillo que la mujer drogadicta. No debo ser tan peligrosa, porque ni me ha tenido que traer la policía, ni voy esposada.
Aunque no sé por qué,  me parece que a alguno, ganas de que ello hubiera sucedido no le han faltado.
Empieza el espectáculo.
Primero habla el acusador.
A pesar de lo ultrajada que me siento en esta posición, no puedo evitar sentir pena por El Contrario. En su relato les cuenta a la jueza y al fiscal el desarrollo de nuestra primera cita.
- Nos conocimos por Internet, quedamos en el bar Tal que está en la calle Cual. ¿Lo conoce, señoría?
Intenta convencerles de lo mala que soy y que a pesar de ello siempre me respetará por ser la madre de su hijo.
Les dice que me apropié indebidamente de algo que es suyo, porque en ese algo pone su nombre.
Llega un momento en que la jueza y el fiscal tienen cara de estar esperando que un agujero se abra bajo los pies de El Contrario y que desaparezca de su campo visual. Debe ser una apreciación mía.
Cuando llega mi turno -el de la acusada, el de quien está ocupando el mismo banquillo que anteriormente ocupó la yonqui esposada, el de la madre del hijo de El Contrario-, le pregunto a su señoría si yo también tengo que empezar mi declaración desde el principio de los tiempos. Creo acordarme bien de la Teoría del Big Bang, aunque no sé si preferirá la de Adán y Eva.
Por suerte para mi, no es necesario. Ósea que puedo ir al grano.
Siempre he sido de resumir y esquematizar, así que directamente les explico cómo lo supuestamente apropiado de manera indebida ha sido costeado también por mí a partes iguales, cómo llegamos al acuerdo de que yo hiciera uso de ello y cómo El Contrario sólo nos ha hecho a todos estar aquí hoy, para darme una lección y demostrarme como se juega a su juego.
No sé cómo he sacado la energía necesaria para contestar con firmeza al abogado de El Contrario, que iba de duro.
Al final, el fiscal ha pedido mi absolución y el juicio ha quedado visto para sentencia. Ahora toca esperar.
Gracias a las palabras de La Experta y sus apreciaciones de cómo ha transcurrido el juicio, me voy más tranquila a casa.
Hoy no estoy para más historias, Amanda tendrá que esperar.