Cuando conocí a El Contrario, él tenía un coche. Yo no tenía ni carné de conducir.
Al poco de empezar nuestra convivencia El Contrario tuvo un accidente cuando regresaba del trabajo a casa.
No hay nada más emocionante que adelantar a cuatro o cinco
coches -circulando por casco urbano- para situarse el primero de una fila de vehículos que esperan a que el semáforo cambie a color verde.
O sí, porque la emoción es mayor si -en plena aceleración-
uno de los coches se sale de la fila para tomar la calle de la izquierda.
Por suerte, sólo se hizo un esguince cervical, peor parado
resultó su coche, que quedó siniestro total.
Una vez rehabilitado El Contrario, nos compramos un
coche nuevo, que pusimos a su nombre, pues era él quien lo iba a conducir.
Pasados unos años, cuando vendimos el primer piso y
pletóricos por la ganancia obtenida -ya se reiría Hacienda de nosotros años después- terminamos de pagar el coche y
decidimos que yo me sacaría el carné de conducir.
Antes de examinarme para obtener el permiso El Contrario ya estaba trayendo a casa
catálogos de BMW.
-No necesitamos un BMW serie 1 si estamos intentando tener otro hijo- decía yo.
-Es un coche muy amplio.- Decía El Contrario.
-No podemos permitirnos un coche tan caro.- Yo.
-No es tan caro.- Él.
Como no pasé por el aro del BMW, compramos otro que costaba lo mismo -o más que el BMW-, pues tenía; asientos de piel
calefactables, cámara de visión trasera, GPS
incorporado con pantalla táctil y mil extras más.
Lo pusimos a su nombre, porque lo iba a conducir él. Y yo
-con el carné recién sacado-, conduciría el otro que ya tenía unos años.
Como no era un BMW,
no habiendo pasado ni un año de la compra del coche de los mil extras, El Contrario me dijo que le habían
ofrecido cambiar el coche que él conducía por otro nuevo a estrenar, que además
de tener los mismos extras, también era; automático, híbrido, más grande y
contaba con un sistema que permitía que el vehículo aparcara solo.
-¿Y te lo cambian por el otro, sin tener que poner
más dinero?- Le pregunté yo, algo escéptica.
-Si. Pelo a pelo.- Me aseguró El Contrario.
-¿Seguro?- Volví a preguntarle yo.
-Seguro. Pelo a pelo.- Me volvió a asegurar él.
Y como siempre había tenido confianza ciega en él -ja-, di
el visto bueno y se hizo el cambio.
El día en que El
Contrario me dio puerta definitivamente, llegamos a un acuerdo -verbal-, respecto
a los coches.
Yo me quedaba con el coche viejo, que entonces ya tenía
ocho años, ciento treinta mil kilómetros y estaba pagado. Comprometiéndome, eso
sí, a sufragar a partir de ese momento todos los gastos inherentes al mismo
(seguro, impuesto de circulación, gastos de pasar la ITV,
mantenimiento y reparaciones que pronto le harían falta).
El Contrario se
quedaba con el coche nuevo, del cual -entre dinero en efectivo y cuotas vencidas del
préstamo- se había pagado casi lo mismo que del coche que me quedaba yo. La
diferencia se compensaba con que mi coche; era mucho más viejo, tenía un montón
de kilómetros, pagaba impuesto de circulación, ITV periódica, consumía más combustible, necesitaba más mantenimiento y -en
breve- cambio de ruedas. Él se comprometía a seguir
pagando solito -a partir de ese momento- las cuotas que restaban del préstamo,
su seguro y resto de gastos propios del uso de ese coche.
Ahora sé que estas cosas se ponen por escrito, que se ha de
transferir sin demora la titularidad del vehículo y que las palabras se las
lleva el viento.
Sobre todo las palabras de quien no tiene palabra...
Sobre todo las palabras de quien no tiene palabra...
La chica de esta historia es muy buena, y quien es Toni?
ResponderEliminarHola soy Donegal. Una interesante historia de vehículos, me gustó leerte.
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