Me
refiero a los canadienses y en concreto a El Vancuverita.
Mientras
mi hermana va a abrirles la puerta, mi hijo se pasea de un lado a otro del piso arrastrando a su Naranjito. Yo he
barajado la posibilidad de ponerme la camiseta de Afrodita-A, pero al final no he tenido el valor suficiente. Además
he de guardar la compostura, no me puedo olvidar de mi retoño.
Cuando
mi hermana les da paso, yo intento aparentar indiferencia esperándolos en el salón, aunque
me he tenido que sentar porque me tiemblan las piernas.
Se
aproximan por uno de los pasillos.
-Hiiii, Darling!-. Me dice El Vancuverita
con una voz susurrada y seductora, plantado en la puerta del salón,
recibiéndome con los brazos abiertos y su increíble sonrisa. Como cuando se les
dice a los niños aquello de… ¿Quién me
quiere máaaas?
Contengo
las ganas de salir corriendo, por guardar las formas y porque las piernas no me
lo permitirían. Pero me dirijo a él y me dejo estrechar por esos brazos.
Sin decir una palabra me voy derritiendo en el aroma de su cuello.
Sin decir una palabra me voy derritiendo en el aroma de su cuello.
Pasado
ese instante, tras saludar al otro amigo de mi hermana y que ambos saluden
entrañablemente a mi hijo, mi hermana se encarga de instalarlos en otra de las
habitaciones de su enorme piso.
Inexplicablemente,
en ese momento me da por pensar en el punto en el que se quedó mi novela.
[...] Después de salir de El 112 casi corriendo, Amanda y Elvira
respiraron el aire fresco de la noche, como el pez pescado que es devuelto al
mar.
Aunque
Amanda insistió en irse a casa, Elvira la convenció para tomarse la última copa en
otro lugar. Esta vez le aseguró que sería un sitio tranquilo en el que ningún "tío" la abordaría con fines carnales.
Amanda
se dejó llevar una vez más y entraron en un local llamado Ulises. El nombre no terminó de inspirarle confianza, pero aun se fiaba de Elvira.
En cuanto estuvieron dentro, Amanda entendió por qué su amiga le había dicho que no le abordaría ningún hombre. Era un local gay. Amanda respiró aliviada e intercambió con Elvira una mirada cómplice.
En cuanto estuvieron dentro, Amanda entendió por qué su amiga le había dicho que no le abordaría ningún hombre. Era un local gay. Amanda respiró aliviada e intercambió con Elvira una mirada cómplice.
Sonaba
música de los años ochenta: Pet Shop Boys, Elton John, Culture Club, Wham!, REM...realmente le gustaba ese sitio.
Hasta
se animó a bailar. Ya no recordaba cuándo había sido la última vez que lo había
hecho.
En
la tercera copa, Amanda comenzó a sentirse mareada. También hacía siglos que no
pasaba de una cerveza o una copa de vino, siempre en ocasiones excepcionales.
-Elvira, voy al aseo a refrescarme la cara.-Le dijo a su amiga, después de
haber localizado con la mirada el letrero de W.C.
Los
aseos eran unisex y a pesar de que no había cola, dos hombres muy acaramelados
le impedían el paso, distraídos como estaban en su coqueteo.
-¡Ejem!¿Me disculpáis? Necesito entrar al aseo.-Carraspeó y dijo, incómoda por
molestarles en ese momento.
Entonces
Amanda palideció, se petrificó, enmudeció.
Uno
de ellos era Serafín [...]
Una
vez que estamos todos instalados, decidimos salir a cenar, iremos a un lugar
cerquita de casa de mi hermana para que yo pueda recogerme pronto y acostar a
mi hijo llegado el momento.
Ya
se me ha pasado el tembleque inicial y -aunque tengo un nido de mariposas en el
estómago- consigo seguir las conversaciones sin parecer medio idiota. O eso
creo.
El Vancuverita le ha traído a mi niño un sombrero de la policía
montada de Canadá. No creo que consiga quitárselo ni para dormir. La verdad es
que entre el sombrero y el muñeco de Naranjito -que se niega a soltar-, la estampa del niño es un poco peculiar. Pero está tan feliz
que me da igual que salga a la calle de esa guisa.