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lunes, 29 de diciembre de 2014

59. EL FLASH.


En nuestro tercer día en Formentera ya hemos visto prácticamente toda la isla, por lo menos grosso modo.
Veinte kilómetros de una punta a otra tampoco requieren mucho más tiempo.
En la playa a la que accedemos desde la casa, solemos coincidir siempre las mismas ocho o diez personas. Por suerte, entre ese reducido número se encuentran un niño y una niña con edades aproximadas a la de Mi Hijo.
Por otra parte –y doblando la fortuna-, también solemos coincidir con otra señora muy agradable. Abuela, a su vez, de uno de los niños.
Por ello cuando cojo mis útiles de escritura y me pierdo para inspirarme, lo  hago con la tranquilidad de saber que durante esas horas Mi Hijo y  Mi Madre se están divirtiendo.
Entones es cuando yo aprovecho para buscar playas más recónditas, rincones perdidos en los que no tropezarme con nadie y lograr concentrarme.
Al final no cambié el rumbo de la novela, seguí por donde iba.

Amanda ya le ha hecho alguna que otra tarta de chocolate a su vecino  Ernesto. Y éste, a su vez, ha sabido agradecérselo.
Entre tarta y tarta, alguna que otra desdicha cómica le sucede a Amanda. Hay que seguir una trama que mantenga al lector expectante.
Serafín, por su parte, se ha convertido en un lastre para ella. No la deja ni a sol ni a sombra, tras su ruptura con Ramón.
No sabe vivir solo.”

En San Ferrán me compré lo necesario para hacer snorkel.
Hoy he decidido practicarlo en Es Caló des Mort. Para llegar a allí he conseguido una bicicleta, aunque  encontrar el lugar no ha sido sencillo. He tenido que preguntar varias veces a algún isleño hasta dar con la cala.
Aparentemente no hay nadie. El mar está tan tranquilo que parece una postal irreal en la que adentrarse.
Me encanta deslizarme sobre las praderas de posidonia, tan largas y oscilantes por los movimientos de las olas.
Es sorprendente nadar al lado de sargos, meros o dentones.
Entre las rocas contemplo maravillada el color y el brillo de los tomates de mar, las mullidas esponjas, las afiladas púas de los negros erizos
De repente una luz me ciega y emerjo.
Resulta que no estoy sola, hay un buzo haciendo fotos.
Por lo menos esta vez llevaba puesto el bikini.
Nado hasta la orilla, me siento en la arena blanca y observo el agua cristalina, esperando ver asomar a ese paparazzi marino. Me puede la curiosidad.
Casi me dispongo a regresar a mi bicicleta, aburrida por la espera, cuando el buzo sale a la superficie.
Hay sitio al que ir, pero viene hacia mí.
Sale de espaldas para no tropezar con las aletas. Como siguiendo un ritual, se va quitando el equipo. Empieza por la boquilla del regulador, luego las gafas, sigue descolgándose la botella de oxígeno de la espalda, se desabrocha y deja caer al suelo el cinturón con la pesa…Yo observo fijamente sin pudor. Estoy perdiendo la educación.
-¿Te he asustado con el flash de mi cámara?
-No, que va. Sólo me deslumbró.- Le contesto sin dejar de observarla. Es una mujer.
-Creo que mi objetivo te ha captado. Te metiste de lleno en el plano.- Sonríe de medio lado mientras me habla. -¿Echamos un vistazo? Es la ventaja de la era digital, no hay que esperar a revelar las fotos. ¡Si, aquí estás! –Me dice acercándome la cámara, para que pueda ver la foto.
Salgo tocando una estrella de mar. A pesar de las gafas de bucear y el tubo en la boca, la imagen no está mal.
A propósito de la foto, entablamos conversación.
Se nos va un buen rato en la charla.
La Buceadora está en Formentera desde hace unas semanas, suele venir cada cierto tiempo. Es bióloga marina y está terminando un trabajo sobre el impacto del cambio climático en las especies de la isla.
Antes de regresar, ella me anima a que quedemos para salir por la noche, me presentará a sus amigos.
No rechazo la oferta, estará bien hacer un poco de vida social.

lunes, 22 de diciembre de 2014

58. LA ISLA

Me costó que Mi Hijo aceptara subirse al tren sin Curra. Lo convencí diciéndole que seguramente aparecería, y cuando lo hiciera, los vecinos de la zona me avisarían. Entonces regresaríamos a por ella.
A veces, las series simplonas de Disney Chanel sirven de algo. Mi Hijo dijo que sería como en ese capítulo de "Mi perro tiene un blog", en el cual el cánido se pierde en el bosque para finalmente aparecer.
Una vez de vuelta en el trabajo, el contratiempo se resuelve en un par de días.
Aun puedo retomar mis merecidas vacaciones.
Ya no me apetece ir al norte, mejor nos vamos a una isla…Formentera.
Quisiera caerme por un agujero de los que menciona Lorenzo en la película "Lucía y el sexo". Yo también quiero vivir un cuento lleno de ventajas.

A pesar de lo arrebatado de la búsqueda, tengo la tremenda suerte de encontrar una casa para alquilar.
Esta vez, los tres nos vamos en avión hasta Ibiza, y desde allí tomamos un Ferry hasta Formentera.
Al llegar a la pequeña isla, alquilo un coche. Nuestro destino es Playa Migjorn.
La casa es preciosa, tiene la fachada blanquísima, los postigos y contraventanas son de madera tintada de azul.
Repetimos el ritual de elegir habitación, hay más donde escoger esta vez.
La mía es enorme, muy luminosa, con un balcón adornado de geranios que cuelgan de maceteros sujetos a la baranda de hierro.
Mi Madre y Mi Hijo quieren descansar. Yo sólo quiero perderme en esa inmensa playa de arenas blancas, aguas cristalinas y fondo turquesa.
No me molesto en deshacer mi maleta para buscar el bikini.

No hay nadie en la playa. Lo he comprobado desde la enorme terraza. Tiene vistas a la costa norte, a la costa sur y hasta se divisa el faro de La Mola.
El agua es cálida y tranquila. Nado desnuda con ritmo pausado.
Tengo la sensación de que la negatividad de estos días abandona mi cuerpo.
Los peces nadan cerca de mí sin inmutarse por mi presencia.
Tengo que hacerme con unas gafas de bucear y unas aletas. Aquí hay mucho para contemplar.
Cuando empiezo a cansarme me dirijo a la orilla, el sol está cayendo, por lo que no me preocupa mucho haber prescindido de cualquier protección solar.
Tumbada en la arena, la brisa atenúa el calor sobre mi cuerpo mojado, que se seca rápidamente, notando así el salitre adherido a mi piel.
Con los ojos cerrados y escuchando el rumor del mar, sintiéndome balanceada por las olas, a pesar de estar en tierra firme, pienso en mi novela.
Aunque a El Editor le gustara lo que llevaba escrito hasta ahora, decido arriesgar y dar un giro a la historia.
Reescribiré desde el principio.

“Será Amanda la que deje a Serafín. Nada de lloriqueos ni abatimientos. Que sufra el hombre esta vez.
Serafín se refugiará en el amigo y Amanda será una mala pécora, decidida a explotar sus encantos para después tratar con desdén a todo aquel que caiga en su red.
Elvira será la amiga sensata, que intentará reconducirla por el buen camino, sin mucho éxito…”

Creo que el sol recalienta demasiado mi cabeza, será mejor volver y dejar lo de la novela para mañana.
Así que me visto y regreso.
La casa me recibe con el frescor de las masías de muro grueso.
En el salón hay una pequeña biblioteca y la cocina está conectada con el porche.
Los alrededores están delimitados por eucaliptos y palmeras.
Muy cerquita hay otra casa, me acerco un poco para fisgar. Puedo ver la silueta de alguien que parece estar pintando sobre un lienzo…
-¡Mamá! Dice la abuela que vengas a merendar.- Vocifera Mi Hijo.
-Dile que ya voy, cielo. Dile que ya voy.

lunes, 15 de diciembre de 2014

57. LA NARANJA.


Después de perder los papeles –o por lo menos, la mayoría de ellos-, he considerado como una señal lo sucedido.
Igual necesito empezar la novela desde cero, darle otro enfoque.
Esta noche meditaré sobre ello. Porque tras el disgusto, me he quedado un poco vacía de inspiración.
El Corredor ha seguido su camino, después de estirar y descansar.
He vuelto a quedarme sola frente al mar.
Curra sigue consumiendo energía corriendo de un lado a otro.
Saco una naranja de mi mochila y la perra se planta frente a mí moviendo el rabo. Quiere jugar.
Utilizo la naranja a modo de pelota y se la lanzo, va tras ella devolviéndome la fruta en menos de un minuto para que se la lance  otra vez.
Le sigo el juego y la tiro de nuevo… ¡Oh, no!
La naranja rueda por el acantilado y Curra no se frena ante el vacío.
Ahora soy yo la que corre hasta el filo del abismo.
Me asomo  horrorizada sin saber –o no queriendo saber- lo que me voy a encontrar.
El cuerpecito maltrecho de Curra se ve al fondo, entre dos rocas.
Hay un tramo accesible, aunque escarpado, por el que llegar hasta allí.
Me armo de valor y comienzo el descenso para rescatar a mi perrita, aunque estoy casi segura de lo peor.
Casi una hora más tarde, después de varios resbalones y alguna que otra magulladura, consigo alcanzarla.
No hay lugar a dudas.
Acurruco su cuerpecito roto entre mis brazos mientras las lágrimas me caen a raudales por las mejillas.
Miro al horizonte, esas olas y ese mar... A Costa da Morte, ¡qué acertado!
Pasa un buen rato, durante el cual no sé qué hacer.
El agua fría que me salpica las piernas me saca de mi abstracción.
¿Qué le voy a decir a Mi Hijo? ¿La verdad? ¿Qué se perdió?
Finalmente decido que ese paraje es un buen sitio para yacer en la eternidad.
Rodeo un poco el pie del acantilado y encuentro una oquedad entre las rocas y la arena.
Cerca hay unos trozos de  madera, parecen restos de alguna barca.
Utilizo uno de ellos para excavar en el suelo. Ahondo lo suficiente para dejar bien sepultada a mi perrita inerte.
Cuando termino me siento en la arena mirando en contrapicado hacia ese acantilado, luego miro las olas que rompen en la orilla de la playa.
Una naranja que flota. Viene y va con el movimiento del mar.
De pronto un escalofrío me recorre el cuerpo, he perdido la noción del tiempo, debe ser media tarde.
No he ido a comer con Mi Madre y Mi Hijo. 
El móvil no tiene cobertura.
Así que me apresuro a volver. Me oriento desde la playa para conseguir regresar a la casita.
Debido a la rapidez de mis pasos -y al temor de preocupar a Mi Madre por mi larga ausencia-, el retorno se acorta en el tiempo.
Puedo ver la cara desencajada de Mi Madre nada más atravesar el umbral de la puerta. Mi Hijo, en cambio, está durmiendo la siesta como un bendito.
Consigo explicar lo que le ha pasado a Curra justificando así mi demora.
A malas penas puedo darle unos tragos al gazpacho, tengo el estómago hecho un nudo.
Me doy una ducha para quitarme toda la arena y la sal de encima.
Al salir del baño, un poco más tranquila, mi móvil comienza a sonar. Debe haber alcanzado cobertura de nuevo.
Me llaman del trabajo, estaban intentando contactar conmigo todo el día.
Tengo que reincorporarme urgentemente a causa de un contratiempo que hace mi presencia necesaria.
Cuento con un par de días de margen para regresar.
Me desplomo en el sofá.
Mi Hijo sale de su habitación, me da un abrazo y me besa mientras arrebatadamente me cuenta todo lo que ha visto en el mercadillo con la abuela.
Acto seguido sale al jardín.
-¡Mamá! ¿Dónde está Curra?- Me pregunta a gritos desde fuera.
-No sé hijo, estará corriendo por ahí.- Le digo yo.


lunes, 8 de diciembre de 2014

56. EL FARO.

El sonido suave del vaivén de las olas me acunó como si fuera un bebé al que se le canta una nana.
He conseguido despertarme justo cuando el alba comenzaba a despuntar.
Al querer salir tan deprisa hacia la terraza, para no perderme el espectáculo del amanecer, se me han enredado los pies en la colcha y he caído de bruces al suelo.
Por suerte, al estar envuelta como una oruga en la tela enguatada, los daños han sido mínimos. Sólo un mordisco en el labio. Más tarde me pondré hielo, no me quiero perder esto.
Mi Madre irrumpe en mi habitación asustada después de oír el golpe. Le hago un gesto con la mano para que salga a la terraza y comparta conmigo este momento.
No puede evitar alternar sus miradas del horizonte a mi labio hinchado y de mi labio hinchado al horizonte.
Pasamos un buen rato en silencio, hasta que los rayos del sol por fin anuncian el nuevo día.
Otra mañana quizá me aventure a darme un baño matutino en la playa o por lo menos a intentarlo. No creo que mi cuerpo resista la embestida de esas mágicas y frías aguas.
Después de desayunar tranquilamente y pasar en fila por la ducha, Mi Madre y Mi Hijo se han ido rumbo al mercadillo muy contentos.
Antes, el peque nos ha contado su sueño con una barca que encontró abandonaba y él mismo arregló para irse a pescar.
Cuando termino de fregar los cacharros del desayuno, meto en mi mochila lo necesario para escribir y algo para echarme a la boca a media mañana si el hambre aprieta.
Al salir Curra me sigue, mirándome con cara de ¿no me vas a poner el collar y la correa?
Hay un buen paseo hasta el faro, según las indicaciones que me dio el camarero ayer. Asombrosamente no tengo prisa.
Después de una hora de caminata por fin atisbo el faro, estaba empezando a creer que  no iba por buen camino.
A medida que me acerco estoy más contenta de haber venido.
El faro es pequeñito y sencillo, pero no por ello menos encantador.
Me siento en unas rocas a descansar un poco y de paso contemplo las impresionantes olas. Casi me quedo sin respiración al ver, a lo lejos, a un grupo de delfines saltando sobre ellas.
Curra merodea por los alrededores, disfrutando de su reciente libertad.
Es un buen momento para ordenar lo que hasta ahora llevo escrito, retomar el hilo o cortarlo y comenzar de nuevo la novela.
Tengo papeles y notas de todos los tamaños, con ideas que me han ido surgiendo en cualquier momento y lugar.
El sonido de unos pasos apresurados -que se acercan hacia mí-, rompe mi concentración. Oigo las pisadas crujir sobre la arena y piedras del camino.
Como por acto reflejo me giro sobre la roca en la que estoy sentada.
Es un hombre haciendo footing el que se aproxima.
Al girarme no he sujetado bien los papeles sobre el portafolios y varios de ellos salen volando a causa del viento.
Intentando atrapar los que vuelan, descuido el resto. Ahora hay una fiesta de papeles a mí alrededor.
Curra al verme ir detrás de ellos se pone a ladrar y a dar saltos entorno a mí. Para ella es un juego.
Consigo coger cuatro o cinco hojas, el resto vuela en distintas direcciones.
De rodillas en el suelo e intentando sujetar bien lo que tengo en las manos, me entran ganas de llorar.
-¿Te encuentras bien?- Me dice El Corredor, al tiempo que consigue agarrar en el aire unos cuantos papeles más. -¿Son muy importantes?
-Lo suficiente para querer gritar hasta quedarme afónica.- Le contesto yo mientras le cojo de sus manos los folios que ha recuperado para mí.
-Pues grita.
Me da por reír y luego llorar, delante de ese hombre al que no conozco de nada, sin sentirme incómoda.
Él permanece a mi lado haciendo estiramientos, mientras se me pasa la congoja.
-¿Mejor?
-Si, perdona por semejante espectáculo, interrumpí tu carrera.
-¡Qué va! Siempre me detengo al llegar aquí, me gusta contemplar un rato las olas antes de iniciar el regreso.

-Entonces me he parado en tu meta.- Le digo sin saber por qué.

lunes, 1 de diciembre de 2014

55. EL PASEO.

Cuando llegamos por fin a la casita de veraneo,  Mi Hijo la recorre emocionado, abriendo y cerrando puertas.
Le dejo elegir habitación a él primero.
-¡Me quedo esta mamá! Porque está al lado del aseo, por si quiero hacer pipí por la noche –chico práctico- y porque tiene una ventana desde la que se ve la playa.
-Trato hecho, cariño.
Me satisface su elección, es la única habitación que tiene ventana en lugar de puerta que dé al exterior. Lógicamente no le menciono ese detalle.
Después elige Mi Madre. Ella prefiere la que está más cerca del saloncito, pues dice que así no nos molestará cuando se levante por las mañanas, puesto que ella madruga más.
Yo me quedo con la habitación de la buhardilla, tiene el techo inclinado y una puerta acristalada, con postigos de madera, que da a una terracita con vistas al mar.
Será magnífico ver anochecer o amanecer desde ahí.
Escuchar el rumor del mar, creo que me ayudará a dormir.
Preparamos algo rápido para comer. Deshacemos las maletas y descansamos un rato en nuestras habitaciones, cada uno vamos haciendo nuestro el rincón elegido.
A media tarde decidimos inspeccionar la zona.
Recorremos el paseo marítimo comenzando desde el puerto.
Después, claro está, de que el peque se haya parado a ver cada pequeño barco e incluso haya hablado con algún pescador de los que faenaban revisando redes o aparejos de pesca.
Pasamos ante una plaza con mucho encanto y -tras caminar un trecho- el paseo se hace sólo peatonal. Va recorriendo toda la línea de fondo de playa.
Dejamos atrás unas bonitas casas. En paralelo a la vía de ciclistas hay una especie de pista para hacer ejercicios varios.
Ya sé dónde venir cuando necesite liberar energía.
A lo largo del paseo nos vamos encontrando con varios miradores que dan acceso a la playa.
Al llegar al final pasamos por un puente de madera que cruza sobre un río.
Es un paseo precioso y tranquilo para cualquiera de nosotros. Excepto para Curra, que no ha parado de correr como una loca sin dar crédito a tanto espacio para saltar y ladrar a su gusto.
Volvemos sobre nuestros pasos, estamos bastante cansados, así que paramos en la plaza que vimos al comenzar el paseo.
Nos sentamos en la terraza de una tasca. Dándonos el lujo de pedir unas raciones de pulpo y calamares, el peque prefiere unas croquetas caseras.
Nos quedamos satisfechos.
Desde la terraza se ve la playa, así que podemos contemplar una espectacular puesta de sol.
Aprovecho para preguntar al camarero qué podemos ver o visitar por la zona.
Nos da muy buenas ideas, la que más me ha gustado es la del faro.
Por lo visto, no muy lejos, hay un pequeño faro y desde su ubicación hay unas magníficas vistas de la ensenada.
Mañana me llevaré mi portafolios y mis bolígrafos, e intentaré inspirarme desde allí.
Mientras Mi Madre y Mi Hijo pasearán por el pueblo. Parece ser que los viernes ponen un mercadillo, así que la idea ha sido del agrado de abuela y nieto.
El niño extraña su habitación, pero el cansancio finalmente le puede y cae rendido.
Mi Madre y yo charlamos un rato en el saloncito. A nosotras también nos vence el cansancio y cada una toma rumbo a su cuarto.
No me puedo resistir a contemplar el cielo estrellado desde la terracita de mi habitación.
Envolviéndome en la colcha de la cama -pues aquí las noches son muy frescas-, de pie, quedo abstraída por el encanto de la luna llena reflejada sobre un mar que esta noche está en calma.
Este instante podría definir a la perfección el paraíso.
Pienso en ese faro erguido frente al mar, orientando pequeñas embarcaciones en la oscuridad ¿Será también mi guía?
Entro de nuevo en la habitación, me gustaría levantarme temprano.
Dejo la puerta abierta, a pesar del frío de la noche. Acurrucada en la cama, siento que el sueño viene a mi.

lunes, 24 de noviembre de 2014

54. EN EL TREN


Mi Hijo y yo elegimos una casita en La Costa da Morte, en un pueblecito pesquero. Nos gustó mucho que estuviera tan cerquita del mar.
Todavía faltan unos días, pero estamos ansiosos organizando todos los preparativos.
Mi Madre también se viene de viaje. A parte de disfrutar de las vacaciones con nosotros, me ayudará con el niño para que yo pueda centrarme un poco en escribir, porque para ello necesito mis momentos de soledad.
Después de que  El Editor diera su aprobación al anticipo que le envié de la novela, parece que todo mi entorno me está tomando un poco más en serio.
Nuestra perrita Curra también se viene, la casa tiene un precioso jardín por el que podrá correr sin peligro de que se coma la mitad del mobiliario.
En el trabajo, prácticamente me quedaban todas las vacaciones por disfrutar, así que serán tres semanas de dedicación a Mi Hijo y a la novela.
De momento intento seguir por donde me quedé con la historia, si luego hay que cambiar algo, ya lo haré.

[…] Cuando Serafín por fin se serenó, le contó a Amanda, largo y tendido, su historia con Ramón. El mismo al que Serafín se comía a besos el día que ella se tropezó con ambos en la puerta de los aseos del Pub Ulises.
No es que ella se alegrara de verlo tan abatido, más bien se sentía feliz de comprobar lo poco que le afectaba conocer toda esa historia que, a fin de cuentas, había comenzado a fraguarse mucho antes de que Serafín la dejara.
También se alegró de que esa conversación los volviera a acercar, esta vez sólo como amigos.
Realmente Serafín siempre había sido el mejor amigo de Amanda, lo de amante quizá fue un suplemento.
Terminaron de comerse la ensalada.
Amanda encontró una tableta de chocolate negro en uno de los armarios de la cocina. Después de una situación de crisis como la que acababan de afrontar, no había nada mejor que atiborrarse a chocolate.
Al rasgar el papel que envolvía la tableta, el aroma inconfundible del cacao penetró a través de su olfato hasta lo más hondo de las terminaciones nerviosas del organismo de Amanda. De tal modo que se le erizó el vello de todo el cuerpo, al tiempo que pensaba en su vecino.
-¿Qué te pasa?
-Nada, me ha dado un escalofrío, es esta corriente de aire que entra por la puerta de la terraza cuando la ventana de la cocina está abierta.-Le contestó Amanda a Serafín mientras cerraba los cristales.
-Bueno,  me voy. Gracias por abrirme la puerta después de todo.
-Ya sabes dónde estoy, siempre que me necesites.
Se despidieron con un abrazo sincero en la puerta.
Acto seguido ella encendió su ordenador, se metió en Google y comenzó a buscar recetas de tartas de chocolate […]

Ya tenemos todo preparado para el viaje, un taxi nos llevará a la estación de tren.
Elegí viajar por la noche, así Mi Madre y Mi Hijo podrán descansar en una litera mientras yo paseo mi insomnio por los pasillos de los vagones.
Me encanta contemplar el paisaje a través de las ventanas  del tren cuando comienza a amanecer, es una sensación mágica.
Tengo una corazonada, este viaje nos vendrá muy bien.
Nos acercamos a la estación, regreso a nuestro departamento y despierto suavemente a Mi Hijo que ha dormido toda la noche como un lirón.
Cuando le digo que estamos llegando, su cara irradia felicidad e ilusión. Instantes como este me dan fuerzas para media vida.
Después de recuperar a Curra del tren, desayunamos en una cafetería tranquilamente. Tenemos tiempo antes de coger el autobús que nos llevará al pueblecito donde he alquilado la casa.