Me costó que Mi Hijo aceptara subirse al tren sin Curra. Lo convencí diciéndole que
seguramente aparecería, y cuando lo hiciera, los vecinos de la zona me avisarían. Entonces regresaríamos a por ella.
A veces, las series simplonas
de Disney Chanel sirven de algo. Mi Hijo dijo que sería como en ese
capítulo de "Mi perro tiene un blog", en el cual el cánido se pierde en el bosque
para finalmente aparecer.
Una vez de vuelta en el trabajo, el
contratiempo se resuelve en un par de días.
Aun puedo retomar mis merecidas
vacaciones.
Ya no me apetece ir al
norte, mejor nos vamos a una isla…Formentera.
Quisiera caerme por un
agujero de los que menciona Lorenzo
en la película "Lucía y el sexo". Yo también quiero vivir un cuento lleno de ventajas.
A pesar de lo arrebatado de
la búsqueda, tengo la tremenda suerte de encontrar una casa para alquilar.
Esta vez, los tres nos
vamos en avión hasta Ibiza, y desde allí tomamos un Ferry hasta Formentera.
Al llegar a la pequeña isla, alquilo un
coche. Nuestro destino es Playa Migjorn.
La casa es preciosa, tiene
la fachada blanquísima, los postigos y contraventanas son de madera tintada de
azul.
Repetimos el ritual de
elegir habitación, hay más donde escoger esta vez.
La mía es enorme, muy
luminosa, con un balcón adornado de geranios que cuelgan de maceteros sujetos a
la baranda de hierro.
Mi
Madre y Mi Hijo quieren
descansar. Yo sólo quiero perderme en esa inmensa playa de arenas blancas, aguas
cristalinas y fondo turquesa.
No me molesto en deshacer
mi maleta para buscar el bikini.
No hay nadie en la playa. Lo he comprobado
desde la enorme terraza. Tiene vistas a la costa norte, a la costa sur y hasta se divisa el faro de La
Mola.
El agua es cálida y
tranquila. Nado desnuda con ritmo pausado.
Tengo la sensación de que
la negatividad de estos días abandona mi cuerpo.
Los peces nadan cerca de mí
sin inmutarse por mi presencia.
Tengo que hacerme con unas
gafas de bucear y unas aletas. Aquí hay mucho para contemplar.
Cuando empiezo a cansarme
me dirijo a la orilla, el sol está cayendo, por lo que no me preocupa mucho haber
prescindido de cualquier protección solar.
Tumbada en la arena, la
brisa atenúa el calor sobre mi cuerpo mojado, que se seca rápidamente, notando así el salitre adherido a mi piel.
Con los ojos cerrados y
escuchando el rumor del mar, sintiéndome balanceada por las olas, a pesar de
estar en tierra firme, pienso en mi novela.
Aunque a El Editor le gustara lo que llevaba
escrito hasta ahora, decido arriesgar y dar un giro a la historia.
“Será
Amanda la que deje a Serafín. Nada de lloriqueos ni abatimientos. Que sufra el
hombre esta vez.
Serafín
se refugiará en el amigo y Amanda será una mala pécora, decidida a explotar sus
encantos para después tratar con desdén a todo aquel que caiga en su red.
Elvira
será la amiga sensata, que intentará reconducirla por el buen camino, sin mucho
éxito…”
Creo que el sol recalienta
demasiado mi cabeza, será mejor volver y dejar lo de la novela
para mañana.
Así que me visto y regreso.
La casa me recibe con el
frescor de las masías de muro grueso.
En el salón hay una pequeña
biblioteca y la cocina está conectada con el porche.
Los alrededores están
delimitados por eucaliptos y palmeras.
Muy cerquita hay otra casa,
me acerco un poco para fisgar. Puedo ver la silueta de alguien que parece estar
pintando sobre un lienzo…
-¡Mamá! Dice la abuela que
vengas a merendar.- Vocifera Mi Hijo.
-Dile que ya voy, cielo.
Dile que ya voy.
No hay comentarios:
Publicar un comentario