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lunes, 1 de diciembre de 2014

55. EL PASEO.

Cuando llegamos por fin a la casita de veraneo,  Mi Hijo la recorre emocionado, abriendo y cerrando puertas.
Le dejo elegir habitación a él primero.
-¡Me quedo esta mamá! Porque está al lado del aseo, por si quiero hacer pipí por la noche –chico práctico- y porque tiene una ventana desde la que se ve la playa.
-Trato hecho, cariño.
Me satisface su elección, es la única habitación que tiene ventana en lugar de puerta que dé al exterior. Lógicamente no le menciono ese detalle.
Después elige Mi Madre. Ella prefiere la que está más cerca del saloncito, pues dice que así no nos molestará cuando se levante por las mañanas, puesto que ella madruga más.
Yo me quedo con la habitación de la buhardilla, tiene el techo inclinado y una puerta acristalada, con postigos de madera, que da a una terracita con vistas al mar.
Será magnífico ver anochecer o amanecer desde ahí.
Escuchar el rumor del mar, creo que me ayudará a dormir.
Preparamos algo rápido para comer. Deshacemos las maletas y descansamos un rato en nuestras habitaciones, cada uno vamos haciendo nuestro el rincón elegido.
A media tarde decidimos inspeccionar la zona.
Recorremos el paseo marítimo comenzando desde el puerto.
Después, claro está, de que el peque se haya parado a ver cada pequeño barco e incluso haya hablado con algún pescador de los que faenaban revisando redes o aparejos de pesca.
Pasamos ante una plaza con mucho encanto y -tras caminar un trecho- el paseo se hace sólo peatonal. Va recorriendo toda la línea de fondo de playa.
Dejamos atrás unas bonitas casas. En paralelo a la vía de ciclistas hay una especie de pista para hacer ejercicios varios.
Ya sé dónde venir cuando necesite liberar energía.
A lo largo del paseo nos vamos encontrando con varios miradores que dan acceso a la playa.
Al llegar al final pasamos por un puente de madera que cruza sobre un río.
Es un paseo precioso y tranquilo para cualquiera de nosotros. Excepto para Curra, que no ha parado de correr como una loca sin dar crédito a tanto espacio para saltar y ladrar a su gusto.
Volvemos sobre nuestros pasos, estamos bastante cansados, así que paramos en la plaza que vimos al comenzar el paseo.
Nos sentamos en la terraza de una tasca. Dándonos el lujo de pedir unas raciones de pulpo y calamares, el peque prefiere unas croquetas caseras.
Nos quedamos satisfechos.
Desde la terraza se ve la playa, así que podemos contemplar una espectacular puesta de sol.
Aprovecho para preguntar al camarero qué podemos ver o visitar por la zona.
Nos da muy buenas ideas, la que más me ha gustado es la del faro.
Por lo visto, no muy lejos, hay un pequeño faro y desde su ubicación hay unas magníficas vistas de la ensenada.
Mañana me llevaré mi portafolios y mis bolígrafos, e intentaré inspirarme desde allí.
Mientras Mi Madre y Mi Hijo pasearán por el pueblo. Parece ser que los viernes ponen un mercadillo, así que la idea ha sido del agrado de abuela y nieto.
El niño extraña su habitación, pero el cansancio finalmente le puede y cae rendido.
Mi Madre y yo charlamos un rato en el saloncito. A nosotras también nos vence el cansancio y cada una toma rumbo a su cuarto.
No me puedo resistir a contemplar el cielo estrellado desde la terracita de mi habitación.
Envolviéndome en la colcha de la cama -pues aquí las noches son muy frescas-, de pie, quedo abstraída por el encanto de la luna llena reflejada sobre un mar que esta noche está en calma.
Este instante podría definir a la perfección el paraíso.
Pienso en ese faro erguido frente al mar, orientando pequeñas embarcaciones en la oscuridad ¿Será también mi guía?
Entro de nuevo en la habitación, me gustaría levantarme temprano.
Dejo la puerta abierta, a pesar del frío de la noche. Acurrucada en la cama, siento que el sueño viene a mi.

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