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lunes, 8 de diciembre de 2014

56. EL FARO.

El sonido suave del vaivén de las olas me acunó como si fuera un bebé al que se le canta una nana.
He conseguido despertarme justo cuando el alba comenzaba a despuntar.
Al querer salir tan deprisa hacia la terraza, para no perderme el espectáculo del amanecer, se me han enredado los pies en la colcha y he caído de bruces al suelo.
Por suerte, al estar envuelta como una oruga en la tela enguatada, los daños han sido mínimos. Sólo un mordisco en el labio. Más tarde me pondré hielo, no me quiero perder esto.
Mi Madre irrumpe en mi habitación asustada después de oír el golpe. Le hago un gesto con la mano para que salga a la terraza y comparta conmigo este momento.
No puede evitar alternar sus miradas del horizonte a mi labio hinchado y de mi labio hinchado al horizonte.
Pasamos un buen rato en silencio, hasta que los rayos del sol por fin anuncian el nuevo día.
Otra mañana quizá me aventure a darme un baño matutino en la playa o por lo menos a intentarlo. No creo que mi cuerpo resista la embestida de esas mágicas y frías aguas.
Después de desayunar tranquilamente y pasar en fila por la ducha, Mi Madre y Mi Hijo se han ido rumbo al mercadillo muy contentos.
Antes, el peque nos ha contado su sueño con una barca que encontró abandonaba y él mismo arregló para irse a pescar.
Cuando termino de fregar los cacharros del desayuno, meto en mi mochila lo necesario para escribir y algo para echarme a la boca a media mañana si el hambre aprieta.
Al salir Curra me sigue, mirándome con cara de ¿no me vas a poner el collar y la correa?
Hay un buen paseo hasta el faro, según las indicaciones que me dio el camarero ayer. Asombrosamente no tengo prisa.
Después de una hora de caminata por fin atisbo el faro, estaba empezando a creer que  no iba por buen camino.
A medida que me acerco estoy más contenta de haber venido.
El faro es pequeñito y sencillo, pero no por ello menos encantador.
Me siento en unas rocas a descansar un poco y de paso contemplo las impresionantes olas. Casi me quedo sin respiración al ver, a lo lejos, a un grupo de delfines saltando sobre ellas.
Curra merodea por los alrededores, disfrutando de su reciente libertad.
Es un buen momento para ordenar lo que hasta ahora llevo escrito, retomar el hilo o cortarlo y comenzar de nuevo la novela.
Tengo papeles y notas de todos los tamaños, con ideas que me han ido surgiendo en cualquier momento y lugar.
El sonido de unos pasos apresurados -que se acercan hacia mí-, rompe mi concentración. Oigo las pisadas crujir sobre la arena y piedras del camino.
Como por acto reflejo me giro sobre la roca en la que estoy sentada.
Es un hombre haciendo footing el que se aproxima.
Al girarme no he sujetado bien los papeles sobre el portafolios y varios de ellos salen volando a causa del viento.
Intentando atrapar los que vuelan, descuido el resto. Ahora hay una fiesta de papeles a mí alrededor.
Curra al verme ir detrás de ellos se pone a ladrar y a dar saltos entorno a mí. Para ella es un juego.
Consigo coger cuatro o cinco hojas, el resto vuela en distintas direcciones.
De rodillas en el suelo e intentando sujetar bien lo que tengo en las manos, me entran ganas de llorar.
-¿Te encuentras bien?- Me dice El Corredor, al tiempo que consigue agarrar en el aire unos cuantos papeles más. -¿Son muy importantes?
-Lo suficiente para querer gritar hasta quedarme afónica.- Le contesto yo mientras le cojo de sus manos los folios que ha recuperado para mí.
-Pues grita.
Me da por reír y luego llorar, delante de ese hombre al que no conozco de nada, sin sentirme incómoda.
Él permanece a mi lado haciendo estiramientos, mientras se me pasa la congoja.
-¿Mejor?
-Si, perdona por semejante espectáculo, interrumpí tu carrera.
-¡Qué va! Siempre me detengo al llegar aquí, me gusta contemplar un rato las olas antes de iniciar el regreso.

-Entonces me he parado en tu meta.- Le digo sin saber por qué.

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