Un
rayo de luz.
Eso
es lo que me he encontrado hoy.
No
soy de jugar a loterías ni otros juegos
de azar.
Supongo
que las partidas de póker con unos amigos hace unos meses no cuentan, porque
tuvimos que leernos las reglas del juego antes de empezar la primera mano.
Yo
terminé ganando después de inventarme nuevas combinaciones de cartas, fruto del
desconocimiento del juego y de la inocencia de mis contrincantes.
Aunque
jugábamos con fichas de plástico, tuvo su emoción.
La
cuestión es que esta mañana he visto en mi monedero un boleto de Bonoloto,
que debí jugar no sé cuantas semanas atrás.
He
comprobado los números en Internet, por no tirarlo a la papelera directamente
–tanta es la confianza que tengo en mi propia suerte-, y parece que tiene premio.
Por
lo menos eso es lo que pone en la página web que estoy mirando.
Antes
de dar saltos de alegría, ni nada por el estilo, he mirado la fecha del boleto,
si llego a tardar quince días más en encontrarlo se hubiera caducado.
De
la cifra del premio no quiero ni hablar, no me fío nada de lo que dice la
pantalla del ordenador.
Así
que me voy directamente al banco o a la administración de lotería donde tenga
que ir, porque esto me quema en las manos, por no hablar del corazón que se me
sale por la boca.
En
el trabajo he dicho que tengo que salir a hacer una gestión personal, no he
mencionado nada más.
Finalmente
me he decidido por el banco. No me importan ahora las comisiones ni cosas por
el estilo, lo que me interesa es poner este papelito a buen recaudo por si
resulta estar premiado de verdad.
Por
suerte no hay nadie en la sucursal, a parte de los empleados. Y además está El Director, que me saluda amablemente. Se nota que es nuevo en esta
oficina, no sabe que soy la de la hipoteca impagada –la de los yenes japoneses-,
pues sólo he hablado con él de ese tema por email.
Nos
sentamos en su despacho, él hace un gesto con la cara, como diciendo ¿y bien?
Decido
empezar por decirle quien soy. Su cara ahora ya no es tan amable, aunque sí denota cierto afán de analizar mi persona.
No
le doy opción a que hable mucho, le digo que creo que vengo con una solución.
De
nuevo relaja el rostro, aunque no demasiado, me está mirando con cara de
escepticismo y observando con extrañeza qué es lo que busco en mi monedero.
Cuando
saco el boleto de Bonoloto, sus ojos
adquieren un brillo codiciosamente antinatural.
Sé
que me lo estoy imaginando, pero diría que hasta saliva.
Le
empiezo a explicar lo del hallazgo del boleto y que he comprobado los números
en Internet, pero que aun no lo sé a ciencia cierta. La decepción se refleja en su rostro.
Ese
hombre serviría para el cine o el teatro, ¡qué repertorio de registros en tan
poco rato!
Aunque creo que quiere creerme, sobre todo porque si no me cree y resulta ser cierto,
me iré con el boleto a otra parte, es decir, a la competencia.
Por no hablar del marrón que le solucionaría si todo es verdad.
Por no hablar del marrón que le solucionaría si todo es verdad.
Pasaría
de ser una clienta morosa a una acaudalada clienta.
El Director hace unas llamadas telefónicas delante de mí,
confirma los números por teléfono, le empiezan a temblar las manos. Me he dado
cuenta porque ha ido a pasar el boleto por fax y no acierta con las teclas del
aparato.
Esperamos
unos minutos -que se hacen eternos-, completamente en silencio, sin mirarnos
siquiera.
Suena el teléfono. Confirmado, el boleto está premiado.
Suena el teléfono. Confirmado, el boleto está premiado.
Su
cara ahora es de sumisión hacia mí, diría yo.
Me recuerda a mi perrita Curra cuando me mira con ojitos de “dame un premio, dame un premio”.
Me recuerda a mi perrita Curra cuando me mira con ojitos de “dame un premio, dame un premio”.
Es
hora de hablar de negocios.
Llamo
al trabajo para decir que me voy a retrasar más de lo esperado.
Cuando
salgo del banco me siento muy liviana. Más que andar, floto rumbo hacia el
coche.
De
camino al trabajo llamo a mi madre ¡benditos manos libres!
Le
cuento lo que me ha pasado y mi conversación con El Director. Le digo que me ha tocado mucho dinero, pero que en
realidad no es tanto si tenemos en cuenta las deudas que acarreo.
También
le digo que me da igual quedarme sin nada, porque si lo pienso bien, todavía
nada tengo y mi primera intención es no deber nada a nadie.
Al
llegar al trabajo lo comento con una de Las Compañeras, necesito hacerlo, sé que me guardará el secreto –al menos de
momento-, porque pienso seguir trabajando, pues no sé si me quedará algo del
premio después de saldar cuentas.
Por
lo tanto, mi plan de vida es solucionar problemas y seguir como hasta ahora,
después ya veremos.
Todo
esto tiene una consecuencia ineludible, y es que después de que me reúna con La Experta tendré que hacerlo con El Contrario.
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