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lunes, 22 de septiembre de 2014

45. DÉJÀ VU.

El Vancuverita y yo preferimos no perder el tiempo. Si volvemos andando a casa de mi hermana tardaremos unos diez minutos, si cogemos la línea dos del Metro en el  Banco de España unos quince. Eso suponiendo que no lo tengamos que esperar, para poder subir, unos diez minutos más.
Decidimos que mejor vamos andando, además a paso ligero. Ya no tanto por las prisas de nuestro instinto carnal, como por la lluvia que ha comenzado a caer.
Esto parece un déjà vu de mi paso por Vancouver. Con la diferencia de que esta vez mi camiseta no es blanca.
Esta vez es la camiseta de Afrodita-A que me regaló mi hermana.
El Vancuverita me lleva de la mano para que no me quede atrás. Como es tan alto, cada una de sus zancadas equivale a dos de las mías.
Casi hemos llegado al portal del edificio en el que vive mi hermana, cuando mi pie se cuela en un socavón que hay en la acera encharcada y caigo de bruces.
Me levanto al doble de la velocidad a la que he caído. El sentido del ridículo otorga una fuerza poderosa.
El agua mugrienta no me ha dejado de muy buen ver y la rodilla derecha me duele a rabiar, pero ahora mismo, lo que yo quiero, es subir a casa más que cualquier otra cosa.
- Go, go! Estoy bien, en serio. – Le digo con la mejor sonrisa que puedo poner a causa del dolor y la vergüenza.
- Sure?
- Si.
Entonces me levanta en peso, me carga en su hombro como si fuera un saco de patatas y me lleva hasta el ascensor entre sus risas y mi pataleo.
Hay una señora dentro que nos mira con cara de ajo seco.
Intento recuperar la compostura, alisándome la camiseta y sacudiéndome el agua sucia desde los pechos de Afrodita-A hasta mi cintura.
Por suerte, nosotros nos bajamos del ascensor antes que la señora. Antes de que le dé algo.
Mientras él intenta acertar con la llave en la cerradura –espero que esto no sea premonitorio-, me da por pensar en el punto en el que Amanda se quedó con el morenazo.
Pero El Vancuverita por fin consigue abrir la puerta y mis pensamientos respecto a lo que Amanda decida o no hacer con el moreno se desvanecen, eso se quedará para después, porque yo tengo muy claro lo que quiero hacer con éste. Y por lo que veo –cuando El Vancuverita empieza a tirar de Afrodita-A hacia arriba-, éste también tiene claro lo que quiere hacer conmigo.
Lo dejo que me vaya desnudando a tirones mientras vamos de camino al baño.
Ni loca voy a dejar que me toque más allá de lo decente sin pasar antes por debajo del grifo de la ducha.
Me encantan las reformas que mi hermana ha hecho en este piso, porque una ducha tan amplia da mucho juego en un momento como este.
Creo qe el Gressite de la pared de la ducha va a permanecer marcado en mi trasero durante un buen rato.
Después de agotar todas las posibilidades de movimiento que nos ha dado la ducha, nos trasladamos a la habitación de El Vancuverita.
Más pausadamente, ahora sí, nos entretenemos el uno en el otro.
Ha salido el Sol y desde la ventana podemos ver un arcoíris inmenso.
Me pongo triste de repente, todo parece demasiado irreal, me giro para que él no se dé cuenta, ofreciéndole mi espalda para que me haga caricias.
No puedo evitar pensar en que mañana se acabará todo.
- Tienes daño en la rodilla.- Me dice este hombre a la vez que pasa sus labios sobre ella.
Verdaderamente me he hecho un buen raspón al caerme en la calle y el moratón está asegurado.

Me está curando cuidadosamente -ya sentados  y recompuestos en el sofá del salón-, cuando se oye la cerradura de la puerta de entrada.
Mi hijo entra como un torbellino, intentando explicarme en una milésima de segundo todo lo que ha visto y todo lo que ha hecho a lo largo del día en el Zoo. Entonces la felicidad vuelve a reflejarse en mi cara.



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