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miércoles, 17 de septiembre de 2014

44. COME ON.

Parece que este bar tiene bastante fama porque está lleno de gente.
Cuando conseguimos nuestro bocata de calamares para llevar, caminamos hasta la Plaza Mayor, al tiempo que degustamos tan exquisito manjar.
Mentalmente me da por comparar el bocadillo de calamares que llevamos en la mano con los deliciosos macarons que tomamos en el Bell Cafe de Vancouver, no hace tanto, y me da la risa.
- What's happening?- Me pregunta El Vancuverita intrigado.
- Never mind, guapetón.- Le digo al tiempo que le doy una palmadita en el culo.
Me mira con ojos lascivos, eso lo sé yo. Pero antes de nada lo quiero llevar a otro sitio.
Aunque primero nos tomamos  a relaxing cup of café con leche en una de las terrazas de la plaza, para hacer los honores a Ana Botella.
Como no puedo sostenerle la mirada sin que me suban las pulsaciones, opto por hablarle de mi novela.

[…] Amanda y Elvira pasaron la mañana del sábado visitando pisos de alquiler. Al final, Amanda se decidió por un loft diminuto, todo abuhardillado, de apenas cincuenta metros cuadrados. La azotea con vistas a la ciudad fue decisiva. Además podría mudarse durante la semana siguiente.
Como Elvira tenía planes, Amanda decidió enfrentarse a comer sola en un restaurante cercano a su futura vivienda.
Para no pensar en la soledad que la abatía, sacó un bloc de notas de su bolso y comenzó a anotar sus planes para acondicionar su nuevo apartamento a sus necesidades.
Estaba saboreando el coulant de chocolate que había pedido de postre –como si le fuera la vida en ello-, cuando se le acercó un hombre alto y moreno, muy moreno.
-¿Me permite? -Le preguntó a Amanda, indicando la silla que había vacía a su lado.
Ella, en estado de shock, debido a que aquella imagen esbelta se dirigiera a ella, sólo pudo asentir con la cabeza.
-Puesto que los dos hemos comido a solas, me preguntaba si le gustaría tomar el café en mi compañía. Siempre es grato un poco de tertulia, aunque sea con un desconocido, ¿le parece bien?
Amanda no salía de su estupor y se debatía entre espantar a aquel hombretón -para poder terminar de deleitarse con su coulant- o –apartando lo que le quedaba de coulant- deleitarse con la conversación que aquel hombre le ofrecía.
Como él seguía de pie a la espera de su respuesta, ella se sintió casi obligada –más por cortesía que por valor- a invitarlo a sentarse a su lado […]

A El Vancuverita le parece que mi novela es entretenida y me anima a seguir con ella, me ha dicho que conoce a un editor al que podría pasarle el manuscrito cuando lo termine. Eso me llena de optimismo.
Paseando, entre tonteos y risas, hemos llegado al Círculo de Bellas Artes, quiero enseñarle las vistas que hay desde la azotea.
Nos detenemos en el hall el tiempo justo de esperar al ascensor, ya que las visitas se acaban en media hora y vamos con el tiempo justo.
En el ascensor casi puedo oír el eco de los latidos de mi corazón, es una lástima que no estemos solos.
Ha  merecido la pena la carrera por subir. Las vistas son magníficas, aunque curiosamente nos quedamos mirándonos el uno al otro al cabo de unos segundos.
- Come on?- Pregunta El Vancuverita.
- ¿A tu cuarto o al mío?
Y nos echamos una carrera de vuelta al ascensor.

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