La nómina no da para mucho y hay que llegar a fin de mes.
Ya gasté mi colección de monedas de euro de todos los países.
La
cajera del supermercado se me quedó mirando raro cuando le pagué sólo
con monedas de dos euros, todas de diferente país. Me dieron ganas de sacarle
las de céntimo a ver si se atrevía a preguntarme algo.
Llegó
el momento de vender las joyas de oro.
Me
ha costado mucho tomar la decisión, sobre todo por una pulsera que me regaló mi
abuela y algunas cosas que le regalaron –mis primos y mis tías- a mi
hijo cuando nació.
Lo
de más valor –monetario- era el anillo de compromiso -el que no tiré al
mar desde el muelle, ni al río desde el puente-. Aunque he de decir que me
hubiera venido bien aquella pulsera que me regaló también El Contrario y que perdí en la huerta de Mi Madre, mientras regaba bancales.
A
ver, es que iba en chanclas, y la tierra estaba embarrada, se me
quedó una chancla incrustada en el barro y tuve que meter la mano para sacarla.
En definitiva, que unas horas después me percaté de que había recuperado la
chancla a costa de la pulsera de oro.
He
de reconocerle a El Contrario su
dedicación para encontrarla. Pues hasta un detector de metales se trajo,
pero de allí sólo sacamos clavos y chapas. Bonito tesoro se
encontrará alguien, de una muy futura generación, y a saber a qué teoría
llegará sobre la procedencia de la joya y sus ritos asociados.
Hablando
de la venta del oro, le pedí a La Amiguísima que me acompañara, eso de entrar y
salir de ese tipo de establecimientos, yo sola, me daba canguelo.
A La Amiguísima
la conocí gracias a la página de singles
de Internet. A ella, a Mi Socorrista,
a El Amigo…y a unas cuantas bellísimas personas.
Con
las que sin pretenderlo -o tal vez pretendiéndolo- he hecho terapia de grupo.
Nos hemos enriquecido con nuestras experiencias, nos hemos apoyado en duros
momentos y, sobre todo, nos hemos reído de lo lindo, del mundo y de nosotros
mismos.
Con
ellos he compartido valiosos momentos y espero seguir haciéndolo.
Creo
que sólo he confundido una vez la amistad con el interés. Me
alegra saber que yo pensaba en lo primero aunque me tocase pagar las
consecuencias de que la otra parte pensara en lo segundo – ¿o era en el
entresuelo?-.
Pero
La Amiguísima
es muy importante para mi, porque a veces parece que nos comuniquemos telepáticamente,
nos reímos de nuestra sombra y nuestras desgracias. Con ella puedo pensar en voz alta.
En
el primer establecimiento al que hemos ido, me ha costado mucho poner las joyas
sobre el mostrador para que me las tasaran. He ido sacando cada cosa de su cajita,
de una en una, con cierto aire ritual.
El
dependiente ha guardado la compostura y La Amiguísima también, es decir, han evitado desternillarse
de risa en mi cara. Menos mal que La Amiguísima está en todo y me ha sugerido que las
metiera todas en un sobre -que el dependiente me ha facilitado- para no tener
que estar abriendo y cerrando cajitas de tienda en tienda. He de reconocer que
no es lo mismo sacar todo amontonado de un sobre. Duele menos.
Finalmente
he obtenido un dinerillo, que no llega ni a lo que costó el dichoso anillo,
pero que nos permitirá –a mi hijo y a mí- alimentarnos un mes más y cumplir,
religiosamente, con todos los pagos sin tener que pedir prestado.
Si esto fuera una historia real, a la del quinto le podría suceder como a la primera dama de Francia, qubien lo hace una vez repite, no Francois Hollande.
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