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martes, 21 de enero de 2014

10. EL ORO Y LA AMIGUÍSIMA.


La nómina no da para mucho y hay que llegar a fin de mes.
Ya gasté mi colección de monedas de euro de todos los países.

La cajera del supermercado se me quedó mirando raro cuando le pagué sólo con monedas de dos euros, todas de diferente país. Me dieron ganas de sacarle las de céntimo a ver si se atrevía a preguntarme algo.

Llegó el momento de vender las joyas de oro.


Me ha costado mucho tomar la decisión, sobre todo por una pulsera que me regaló mi abuela y algunas cosas que le regalaron –mis primos y mis tías- a mi hijo cuando nació.


Lo de más valor –monetario- era el anillo de compromiso -el que no tiré al mar desde el muelle, ni al río desde el puente-. Aunque he de decir que me hubiera venido bien aquella pulsera que me regaló también El Contrario y que perdí en la huerta de Mi Madre, mientras regaba bancales.


A ver, es que iba en chanclas, y la tierra estaba embarrada, se me quedó una chancla incrustada en el barro y tuve que meter la mano para sacarla. En definitiva, que unas horas después me percaté de que había recuperado la chancla a costa de la pulsera de oro.


He de reconocerle a El Contrario su dedicación para encontrarla. Pues hasta un detector de metales se trajo, pero de allí sólo sacamos clavos y chapas. Bonito tesoro se encontrará alguien, de una muy futura generación, y a saber a qué teoría llegará sobre la procedencia de la joya y sus ritos asociados.


Hablando de la venta del oro, le pedí a La Amiguísima que me acompañara, eso de entrar y salir de ese tipo de establecimientos, yo sola, me daba canguelo.


A La Amiguísima la conocí gracias a la página de singles de Internet. A ella, a Mi Socorrista, a El Amigo…y a unas cuantas bellísimas personas.


Con las que sin pretenderlo -o tal vez pretendiéndolo- he hecho terapia de grupo. Nos hemos enriquecido con nuestras experiencias, nos hemos apoyado en duros momentos y, sobre todo, nos hemos reído de lo lindo, del mundo y de nosotros mismos.


Con ellos he compartido valiosos momentos y espero seguir haciéndolo.


Creo que sólo he confundido una vez la amistad con el interés. Me alegra saber que yo pensaba en lo primero aunque me tocase pagar las consecuencias de que la otra parte pensara en lo segundo – ¿o era en el entresuelo?-.


Pero La Amiguísima es muy importante para mi, porque a veces parece que nos comuniquemos telepáticamente, nos reímos de nuestra sombra y nuestras desgracias. Con ella puedo pensar en voz alta.


En el primer establecimiento al que hemos ido, me ha costado mucho poner las joyas sobre el mostrador para que me las tasaran. He ido sacando cada cosa de su cajita, de una en una, con cierto aire ritual.


El dependiente ha guardado la compostura y La Amiguísima también, es decir, han evitado desternillarse de risa en mi cara. Menos mal que La Amiguísima está en todo y me ha sugerido que las metiera todas en un sobre -que el dependiente me ha facilitado- para no tener que estar abriendo y cerrando cajitas de tienda en tienda. He de reconocer que no es lo mismo sacar todo amontonado de un sobre. Duele menos.


Finalmente he obtenido un dinerillo, que no llega ni a lo que costó el dichoso anillo, pero que nos permitirá –a mi hijo y a mí- alimentarnos un mes más y cumplir, religiosamente, con todos los pagos sin tener que pedir prestado.

1 comentario:

  1. Si esto fuera una historia real, a la del quinto le podría suceder como a la primera dama de Francia, qubien lo hace una vez repite, no Francois Hollande.

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