Traductor -Translate

lunes, 27 de enero de 2014

11. LOS VERANOS. Primera parte.



De pequeña siempre disfrutaba cuando íbamos a la montaña, al campo, a la playa…
Con mis hermanos y mis primos cogíamos toda clase de bichos, robábamos nabos en los campos de un payés y luego nos los comíamos a bocados con tierra y todo. Recolectábamos moras y nos arañábamos con los pinchos de las zarzas, jugábamos con la tierra y si nos raspábamos las rodillas nos curábamos con un simple escupitajo.


Mi Padre aprovechaba cualquier ocasión para enseñarnos -a mis hermanos y a mi- nociones de supervivencia, no en vano, tuvo una infancia difícil en la posguerra.


Junto a él aprendí a identificar cualquier planta comestible, flores, arbustos y frutos.


En los tiempos que vivo, esta información podría serme bastante útil, si no fuera porque ya casi no quedan flores, ni arbustos, ni frutos. Los que no han sido pasto de los incendios provocados por la especulación, han sido devastados por el boom inmobiliario y el resto ha sido víctima de la contaminación.


En fin, que si bien hoy no podría vivir de la naturaleza, en caso de que no me llegase el sueldo para más sopa de sobre, si que ha profundizado en mí un instinto de supervivencia, que es el que no me deja abandonarme a la derrota.


Que me perdone el lector si divago, porque yo a lo que iba era a hablar sobre los veranos.


Como digo, de pequeña me encantaba ir a la playa; padres, hermanos, tíos, primos, abuelos y vecinos. Íbamos en marabunta.


Los padres porteaban las neveras, las madres hacían otro tanto con las toallas y las bolsas con comida. Ellos clavaban las sombrillas, ellas extendían las toallas, recogían la ropa, que los niños ya nos habíamos quitado y desperdigado por la arena, y desplegaban alguna que otra silla o hamaca para los abuelos.


Los niños nos dábamos panzazos en el agua, nos dejábamos revolcar por las olas y nos llenábamos de arena hasta las cejas.


Luego las madres sacaban todo tipo de cosas de sus bolsas y neveras. Nos poníamos morados de tortilla de patatas, bocadillos de chorizo y fruta. De vez en cuando nos crujían los dientes por culpa de la arena.


Construíamos castillos de arena mientras hacíamos la digestión, enterrábamos a algún familiar incauto -normalmente no nos dejaban enterrar a la abuela- o nos íbamos a las rocas a buscar lapas y cangrejos.


Entonces no existían los protectores solares, como mucho nuestras madres se embadurnaban con aceite de coco o de zanahoria.


Por la tarde, y ya exhaustos, los padres recogían las sombrillas y las neveras, las madres todo lo demás y los niños les seguíamos hacia los coches donde no nos librábamos de un buen garrafazo de agua para eliminar el máximo de arena de nuestros cuerpos candentes y achicharrados por el sol.


Cuando conocí a El Contrario estaba ansiosa porque llegara el verano, para ir a la playa, al campo y a la montaña.


Primer día de playa. ¡Qué ilusión! Yo preparo la bolsa con los bocadillos, las patatas fritas y, la nevera con el agua y los refrescos.


Allá vamos. Hace un día estupendo, despliego toallas, El Contrario clava la sombrilla tras una intensa lucha con la arena y la brisa marina. Hay que embadurnase de protector solar. Nos quitamos las gafas. Ya estamos listos. Al agua.


Hasta aquí todo muy bien, pero llega el momento de salir. Ambos miopes, tratamos de identificar nuestra sombrilla por el color, porque no distinguimos formas, hay que matizar que la sombrilla está desparramada en la arena aunque aun no lo sabemos. Después de un paseo considerable, encontramos nuestro sitio.


El Contrario, en su intento por recolocar la sombrilla, pisotea las toallas y las llena de arena.


No pasa nada, estamos disfrutando de un día de playa. Pero se pone a sacudirlas y la chica que toma el sol a nuestro lado, lo mira con los ojos inyectados en sangre. ¡Perdón, perdón!
Abro la bolsa de patatas, saco los bocadillos,  El Contrario está incómodo porque no nos hemos traído sillas.


- ¡Quiero agua! - El Contrario.
- Pues coge el agua. - Yo.
- Tengo las manos llenas de arena. - Él.
- Sujeta las patatas y los bocadillos y saco el agua. - Yo.
Se le caen las patatas que se llenan de arena. No pasa  nada, no pasa nada, estamos disfrutando de un día de playa. Pero él quiere agua. Saco el agua, abro la botella.
- Pásame los bocadillos y toma el agua. - Yo.
- Es que se me pega la arena a las manos porque la botella está sudada. - Él.
- Ve a la orilla y lávate las manos. - Yo.
- Échame un chorro de agua de la botella. - Él.

Vacío más de media botella de agua para que se quite la arena de las manos, pero no importa, él ya no lleva arena en las manos y se puede comer el bocadillo de jamón, no antes sin quitarle el tocinillo mientras se vuelve a manchar otra vez las manos de arena.

Después de la agitada comilona nos tumbamos un rato bajo la sombrilla, o lo que queda de ella después de varios intentos de anclaje.
Me tumbo boca abajo y aprovecho para desatarme la parte de arriba del bikini, a ver si no me quedan muchas marcas.
- ¿Vamos otra vez al agua? - Él.
- Vale, vamos. - Yo.
Paso de volver a ponerme la parte de arriba, así que me levanto.
- ¡TÁPATE ESO! - Grita El Contrario con los ojos saliéndosele de las órbitas.

Ha dicho “eso”. “Eso” son mis tetas, pechos, senos, ubres, como se les quiera decir, pero “¿eso?”
En fin, me tapo “eso” y  nos damos otro baño.

De vuelta a casa, en el coche El Contrario no para de refunfuñar porque va lleno de arena y de sal.

De pequeña me encantaba ir a la playa.

martes, 21 de enero de 2014

10. EL ORO Y LA AMIGUÍSIMA.


La nómina no da para mucho y hay que llegar a fin de mes.
Ya gasté mi colección de monedas de euro de todos los países.

La cajera del supermercado se me quedó mirando raro cuando le pagué sólo con monedas de dos euros, todas de diferente país. Me dieron ganas de sacarle las de céntimo a ver si se atrevía a preguntarme algo.

Llegó el momento de vender las joyas de oro.


Me ha costado mucho tomar la decisión, sobre todo por una pulsera que me regaló mi abuela y algunas cosas que le regalaron –mis primos y mis tías- a mi hijo cuando nació.


Lo de más valor –monetario- era el anillo de compromiso -el que no tiré al mar desde el muelle, ni al río desde el puente-. Aunque he de decir que me hubiera venido bien aquella pulsera que me regaló también El Contrario y que perdí en la huerta de Mi Madre, mientras regaba bancales.


A ver, es que iba en chanclas, y la tierra estaba embarrada, se me quedó una chancla incrustada en el barro y tuve que meter la mano para sacarla. En definitiva, que unas horas después me percaté de que había recuperado la chancla a costa de la pulsera de oro.


He de reconocerle a El Contrario su dedicación para encontrarla. Pues hasta un detector de metales se trajo, pero de allí sólo sacamos clavos y chapas. Bonito tesoro se encontrará alguien, de una muy futura generación, y a saber a qué teoría llegará sobre la procedencia de la joya y sus ritos asociados.


Hablando de la venta del oro, le pedí a La Amiguísima que me acompañara, eso de entrar y salir de ese tipo de establecimientos, yo sola, me daba canguelo.


A La Amiguísima la conocí gracias a la página de singles de Internet. A ella, a Mi Socorrista, a El Amigo…y a unas cuantas bellísimas personas.


Con las que sin pretenderlo -o tal vez pretendiéndolo- he hecho terapia de grupo. Nos hemos enriquecido con nuestras experiencias, nos hemos apoyado en duros momentos y, sobre todo, nos hemos reído de lo lindo, del mundo y de nosotros mismos.


Con ellos he compartido valiosos momentos y espero seguir haciéndolo.


Creo que sólo he confundido una vez la amistad con el interés. Me alegra saber que yo pensaba en lo primero aunque me tocase pagar las consecuencias de que la otra parte pensara en lo segundo – ¿o era en el entresuelo?-.


Pero La Amiguísima es muy importante para mi, porque a veces parece que nos comuniquemos telepáticamente, nos reímos de nuestra sombra y nuestras desgracias. Con ella puedo pensar en voz alta.


En el primer establecimiento al que hemos ido, me ha costado mucho poner las joyas sobre el mostrador para que me las tasaran. He ido sacando cada cosa de su cajita, de una en una, con cierto aire ritual.


El dependiente ha guardado la compostura y La Amiguísima también, es decir, han evitado desternillarse de risa en mi cara. Menos mal que La Amiguísima está en todo y me ha sugerido que las metiera todas en un sobre -que el dependiente me ha facilitado- para no tener que estar abriendo y cerrando cajitas de tienda en tienda. He de reconocer que no es lo mismo sacar todo amontonado de un sobre. Duele menos.


Finalmente he obtenido un dinerillo, que no llega ni a lo que costó el dichoso anillo, pero que nos permitirá –a mi hijo y a mí- alimentarnos un mes más y cumplir, religiosamente, con todos los pagos sin tener que pedir prestado.

lunes, 13 de enero de 2014

9. NUEVE MIL CIEN.

Nueve mil cien euros. Ya es definitivo.

Me refiero a lo que tengo que pagar a Hacienda.

Vamos, que estaba yo esta mañana de humor para que en el trabajo me dijeran que si no voy nunca a la peluquería. Sinceramente, prefiero mis pelos al libre albedrío a parecer que llevo puesto el casco de la moto a todas horas.

Me esperan tres o cuatro años -siendo positiva- de riguroso ceñimiento de cinturón. Más todavía.

A fin de cuentas si sólo se trata de dinero, Virgencita que me quede como estoy. Que las cosas siempre pueden empeorar.

El ataque por los flancos no termina de dar resultados. He conseguido que El Contrario suba, de vez en cuando, a dibujar graffitis al quinto. Aunque no sé si se debe tanto a mi estrategia como a que La del Quinto requiera más de su presencia. Y claro, cuando aprieta, aprieta.

Aun así, sigue bajando a dormir y a ducharse a casa.

La otra noche después de que; yo llegara del trabajo, de ponerme con el peque a hacer los deberes, de hacerle la cena, de ayudarlo a ducharse, de acompañarlo a la cama, de leer con él un ratito antes de darle el beso de buenas noches...Después de; recoger la cocina, de poner una lavadora y de otras labores del hogar, me hice mi vaso de leche con Nesquik -no nos olvidemos de los códigos de barras- y me dirigí al salón con la intención de ver la televisión.

Entonces me lo encontré en el sofá, a El Contrario digo. Viendo un partido de fútbol.

Tardé un poco en reaccionar, no sabía si pretendía que me sentara con él a ver el fútbol o que me fuera directamente de la cocina a mi habitación de desprometida.

Dejé mi vaso de leche en la mesa, cogí el mando de la televisión que descansaba en el brazo del sofá y cambié de canal para poner el programa que yo quería ver. Gran Hermano, creo recordar.

El Contrario me miró con los ojos inyectados en sangre, no sé si se debía a que no me había sentado con él en el sofá a disfrutar del partido de fútbol o a que cambié de canal.

- Estaba viendo el partido.- Dijo El Contrario, con voz de asombro.

- Quien paga elige.- Contesté yo, muy tranquilamente.

El Contrario se levantó del sofá como a cámara lenta, parecía que quería decir algo. Algo que no dijo. Y se fue a su habitación. La misma que en su día fue la habitación conyugal.

Desde entonces pasa  más tiempo en el quinto, A Dios gracias, pero no termina de irse y sigue sin poner un duro para el sustento de nuestro hijo, ni mucho menos para el pago de suministros. De la hipoteca ya ni hablo.

No me ha quedado más remedio que recurrir a Mi Madre para poder pagarle a Hacienda.


Si fraccionaba la púa no había derecho a reducción por pronto pago, y un préstamo personal con la hipoteca que ya arrastro era impensable.

Si Mi Madre me puede ayudar hoy es gracias a Mi Padre. Él falleció hace treinta años y como diría Mi Amiga y Compañera de Trabajo, él si era un señor que se vestía por los pies.

martes, 7 de enero de 2014

8. ATAQUE POR LOS FLANCOS, SOY MALA.



Han pasado casi dos meses sin que El Contrario pague su parte de la hipoteca, la luz, el agua, etc.

Lo más asombroso, por inesperado, es que también se está desentendiendo de los gastos de alimentación, ropa y resto de necesidades básicas de nuestro hijo.

Cuando le planteo el asunto y le reclamo que pague lo que le corresponde, se inventa cuentos chinos. Cuando le recuerdo que si no fuera por mí, nuestro hijo ni comía, me dice que soy demagógica. Y cuando llegados a este punto, se me hincha la vena y le digo que voy a hacer lo que tenía que haber hecho hace tiempo (entiéndase como buscar una solución legal, respeto sumamente la vida de los animalitos) entonces me dice que no le caliente la cabeza.

Así que voy a optar por un ataque por los flancos.

Empezaré con el papel higiénico, si lo pago yo es para mí y mi retoño. El último rollo está próximo a agotarse.

Si me lo pudiera permitir, instalaría una cámara oculta para no perderme ese momento tan bucólico.

Le seguirá el gel de baño y el detergente, y por supuesto habrá recortes de suministros como;  cerrar la llave de paso del agua, la llave del gas en determinados momentos o bajar los diferenciales del cuadro eléctrico oportunos. Sólo pensar en ello me reconforta. ¡Ay, si no fuera por estas pequeñas cosas! Como diría Serrat.

Pues se acabó el rollo de papel higiénico, el detergente y el gel de baño. Se acabó hasta el agua mineral.

Aunque ha tardado en percatarse de mi estrategia, pues no lo  ha captado hasta que le he puesto el nombre de mi hijo y el mío a los alimentos de la despensa y el frigorífico, me ha visto sacar su ropa sucia de la lavadora para meter la nuestra, y cómo me he traído mi detergente y me lo he vuelto a llevar del lavadero una vez puesta en marcha la máquina.

Entonces me ha preguntado por la situación y lo he puesto al día al respecto.

Debe haber entendido que el niño no se alimenta del aire, porque ha ido al súper y le ha traído;  cereales con Nocilla, zumos de los que no le gustan, arroz blanco (un minuto y listo) y salchichas de Frankfurt. Toda una dieta mediterránea.

Esta mañana, estando en el trabajo, he recibido un sms de El contrario en el que me decía que; a pesar de lo mal que me estoy portando estos días con él -sabía yo que lo del papel higiénico era muy cruel- si yo quiero, me ayuda con lo de Hacienda.

¡Qué nadie se alarme! He respirado hondo, y he sopesado si merecía la pena malgastar los quince céntimos más IVA de un sms con respuesta explosiva

Obviamente he preferido ahorrármelos.

Debo de estar hecha de la piel del diablo por esas ocurrencias mías, ahora tengo remordimientos y estoy barajando la posibilidad de ponerle un lazo a un rollo de papel higiénico y dejárselo, como muestra de desagravio, encima de la mesa de su ordenador MAC, la misma donde descansan; su Ipad,  su IPhone, su portátil Toshiba y el resto de sus artilugios de última generación.